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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Vuelve el pagafantas Rufián

Somos de ultraizquierda separatista hasta que nos dan a elegir entre sentarnos en el banco de la oposición en Santa Coloma o vivir como un pachá en la capital de la «metrópoli»

Actualizada 01:30

Gabriel Rufián vuelve. Lo ha hecho como mejor sabe hacerlo: insultando. Tras la boda de Almeida sentenció en un tuit que los medios podrán renovar imágenes entre los invitados para los próximos casos de corrupción, tal y como ocurrió con la boda de la hija de Aznar. Este figura, al que el sanchismo ha dado alas, se permite hablar de corrupción cuando ha tenido a un buen puñado de compañeros en la cárcel por sedición y malversación –o sea, por robar dinero de todos– que solo han conseguido salir por la impunidad otorgada por Pedro Sánchez y apoya a un partido, el socialista, cercado por turbios manejos con las arcas públicas.

Hace unos meses fue padre por segunda vez y ha decidido adelantar su vuelta tras la baja de paternidad porque Pere Aragonès le ha comido la tostada. Y antes que él, Puigdemont. Reconozco que con Gabriel no termino de asombrarme. Lo más sorprendente es que haya llegado tan lejos y que de él haya dependido todo un Gobierno de España. Graduado social como toda titulación, se metió en política cuando estaba en paro para llenar la nevera. Sin hablar ni papa de catalán, se hizo con un puesto en ERC donde la xenofobia obligaba a conocerlo perfectamente. Con él hizo una excepción y lo terminó mandando al Congreso de portavoz.

Tan harto estaba de la política madrileña, de los odiados españoles que no le dejaban ser independiente, que nos amenazó con marcharse: «En 18 meses dejaré mi escaño para regresar a la República catalana», apuntó hace ¡nueve años! Pues no solo ha seguido el magisterio de su amigo Pedro Sánchez de hacer justo lo contrario de lo que dice, sino que vuelve al Congreso de los Diputados porque ha descubierto que después de ser el pagafantas de Sánchez, ahora es prescindible para los socialistas a los que tanto hizo la pelota. Resulta que lo han cambiado como interlocutor por el presidente de la Generalitat que, al final, es el que tiene en su mano convocar elecciones y dar una patada en el tablero nacional. Como así ha hecho.

Vuelve quien pasa por ser uno de los responsables de que el macarrismo se haya instalado en la Carrera de San Jerónimo. Sus malos modos, su tono chulesco, han sentado cátedra en una institución que solo podía empeorar, y lo hizo, cuando colocó a Francina Armengol de presidenta. Con Rufián y con Otegi comenzó la vocación del presidente socialista por hacerse perdonar la vida por los que odian a España sin recato. En el averiado termómetro moral de Sánchez, Rufián es un personaje válido mientras Abascal o Feijóo no lo son. Este es el nivel.

El tal Rufián lleva una década en Madrid y ha aprendido mucho. No hay templo gastronómico de la capital que se le escape. Aquí ha encontrado novia, aquí ha levantado o bajado el pulgar a Pedro Sánchez cuando le reclamaba votos a cambio de cesiones al separatismo, aquí ensucia de insidias la tribuna del Congreso, aquí ha alimentado una campaña personal contra Yolanda Díaz de la que habla pestes desde que se enfrentaron cuando ERC no apoyó la reforma laboral de la vicepresidenta y aquí se queda, en su enésima trola, tras fracasar como candidato a alcalde en Santa Coloma el pasado 28 de mayo.

Como no le creo masoquista, igual el que no se haya marchado a su tierra tiene que ver con que levanta 113.468,60 euros como diputado del Reino de España. Yo creo que si los suyos terminan convocando un referéndum votará que no a la independencia. Porque somos de ultraizquierda separatista hasta que nos dan a elegir entre sentarnos en el banco de la oposición en Santa Coloma o vivir como un pachá en la capital de la «metrópoli». Lo rufianesco no está reñido con la vida padre.

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