Garriga con subtítulos
Hasta el candidato de Vox se ha puesto a hablar en catalán en esta campaña. El marco mental del nacionalismo ha ganado
Esta frase supone ya un lugar común: «Las lenguas son una riqueza, un tesoro cultural». Así es. Pero también nos sabemos la segunda parte de la historia: el nacionalismo crea las naciones, y para ello una palanca fundamental es la cultura, dentro de la que juega un papel estelar la lengua.
No me aburro de repetir lo que explicaba Ernest Gellner, el brillante estudioso de los nacionalismos, un británico de origen judío-checo: «Las naciones no son algo ineludible históricamente. Ni los estados nacionales son un destino final manifiesto. El nacionalismo engendra las naciones, no a la inversa». ¿Y qué herramientas emplea el nacionalismo para crearlas? Pues tres: cultura, Estado y voluntad, entendiendo como tal la lealtad e identificación con una patria común.
Los nacionalistas gallegos, catalanes y vascos no fomentan sus lenguas regionales por una pasión filológica incontenible, o porque les encante su sonoridad y lírica. Su móvil es político. La lengua propia ayuda a forjar nación y a fomentar el extrañamiento respecto a la instancia estatal superior, léase España. Ya lo decía Jordi Pujol, taimado, pero siempre agudo: ¿En qué notas que has llegado a otro país? Pues en que hablan en otro idioma y en que los uniformes de la poli son diferentes. De ahí sus prisas por contar con una policía catalana propia y por lanzar una atosigante «inmersión lingüística».
En los últimos días me he sorprendido al toparme en los telediarios a Ignacio Garriga, el candidato de Vox, con subtítulos en castellano bajo su imagen. Se debía, en efecto, a que ha incorporado el uso del catalán a algunos lances de su campaña (¿qué pensarán al respecto los catalanes que solo hablan en español?).
Se me replicará que es algo lógico: ¿Por qué no va a hablar en catalán si es una de las dos lenguas de Cataluña? Y en parte es así, indudablemente. Pero no deja de resultar sintomático que hasta el secretario general de un partido nacionalista español se vea en la necesidad –o en el complejín– de tener que emplear el catalán en algunas de sus intervenciones en la campaña de Cataluña (región donde el primer idioma de uso diario sigue siendo el español, a pesar de los dinerales dilapidados en «inmersiones», eufemismo que designa una tremebunda operación de ingeniería social para arrinconar al español).
No tengo duda de que Garriga es un activo y valiente defensor de la unidad de España, un joven político de 37 años que da la cara en un entorno muy complicado. Ayer mismo, Vox sufrió un repugnante acoso en un mitin de Abascal. Pero su reflejo de pasarse al mundo de los subtítulos no deja de indicar que al final los nacionalistas han ganado, pues en cierto modo han impuesto su marco mental a toda la sociedad catalana, sea o no nacionalista.
El dominio del separatismo es tal que marcan a su antojo el debate público. Sabedores de que Sánchez ya ha acordado bajo cuerda con ellos alguna forma de consulta, en esta campaña han optado por retirar del centro del escenario el tema realmente trascendental, que es el pulso para romper con España. Ya no vociferan con grandes aspavientos que viene la independencia. Han cambiado de táctica. Prefieren una vía más sigilosa y sibilina, pues están dando pasos firmes hacia su meta gracias a la rendición del presidente más débil y el más entreguista en la cuestión nacional.
Vox y PP tendrían que dedicarse en cuerpo y alma a alertar a los catalanes sobre que el elefante de la independencia sigue en la habitación (y con mayor peligro, porque muchas leyes que nos protegían han sido derogadas al dictado de Junqueras y Puigdemont). PP y Vox tendrían que hacer hincapié en el absurdo que supone alejarse de España. Tendrían que denunciar que resulta surrealista votar a un fugitivo que huyó tras un golpe de Estado fallido. Pero han centrado su campaña en la inmigración –un tema importante, pero que no es el capital– y en seguir dándose bofetadas entre ellos, lo cual supone la perfecta felicidad del sanchismo.
Tenemos una oposición incapaz de vender de manera ilusionante las bondades de España, un proyecto desde luego más fértil y solidario que el del enfurruñamiento paleto y xenófobo con el que compiten. Prueba de la torpeza de la actual oposición pro española es que el domingo todo indica que ganará Illa, un candidato filonacionalista, seguido por el prófugo Puigdemont. Arrimadas logró ganar en Cataluña. ¿Cómo? Pues lo hizo con un discurso antinacionalista implacable (aunque luego tiró su victoria a la basura con la espantada).
Esperemos que Garriga se apee pronto de los subtítulos, que PP y Vox dejen de zumbarse y que alguien se atreva a expresar de manera persuasiva lo que es evidente: España es un país maravilloso y hay que ser bastante ignaro para querer apearte de él y cocerte en salsas victimistas y supremacistas.