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Cosas que pasanAlfonso Ussía

De Ruiloba a Belorado

No se puede disculpar a las clarisas de Belorado por su supuesta inocencia. Ahí hay algo más, y eso algo más es lo que preocupa

Actualizada 01:30

A pocos centenares de metros de mi casa, en el barrio tolano de Pando, se alza el Carmelo de Ruiloba. Lo habitan siete madres carmelitas que rezan y se sacrifican por los demás sin perder la sonrisa ni quejarse del cansancio. Un huerto y un taller de cerámica les ayuda a sobrevivir. El monasterio es inmenso, y sólo siete de sus celdas están ocupadas. Rezan de madrugada, por las mañanas, por las tardes y en las noches frías del norte de España. A un kilómetro de Comillas, alejadas del bullicio y el ruido de sus playas. Se oye la mar rompiendo en los acantilados del Remedio, con la ermita de la Virgen de Ruiloba, Nuestra Señora del Remedio también panteón de una admirable familia, muy cercana al impulso de El Debate. Mi mujer, con frecuencia, reza con ellas. Yo las visito con la reja de por medio, y siempre salgo admirado y agradecido. No se hacen las buenas; son la bondad. No presumen de espirituales; son la espiritualidad. Su alegría es contagiosa, y están informadas y al corriente de lo que sucede más allá de sus muros. Y rezan para que todo se arregle. Siete voces hacia Dios que no ceden, ni callan ni se resignan. Los hábitos marrones, carmelitanos, dibujando un paisaje humano y místico de otros siglos. Podría abandonar una noche de lluvia y vientos el monasterio Santa Teresa de Jesús a lomos de su burra, y a nadie le extrañaría la circunstancia. Y en una celda, separada de las que ocupan las monjas de contemplación, quizá a San Juan de la Cruz le llegaría la inspiración divina para escribir su Canto Espiritual. En fin, todo lo bueno reunido, repartido en siete almas, iluminando tanta grandeza.

Me figuro que, años atrás, también se respiraría esa cercanía con Dios en el monasterio de las Clarisas de Belorado y Orduña, que se han dejado embaucar por un falso obispo excomulgado e inmobiliario, que se presenta como Su Ilustrísima Reverendísima don Pablo de Rojas Sánchez-Franco. Personaje singular, que vive en Bilbao, en una lujosa casa con doncella y mayordomo, rodeado de muebles y objetos situados como si se tratara de la tienda de un anticuario con mal gusto. El señor «obispo» no padece de humildades. Se presenta como Duque Imperial, Príncipe Elector del Sacro Imperio Romano Germánico y cinco veces Grande de España. Fue consagrado obispo de la Pía Unión de San Pablo Apóstol, por otro pájaro de obispo, monseñor Subirón, discípulo de monseñor Thuc, aquella calamidad. No reconoce a los Sumos Pontífices posteriores a Pío XII. Es decir, a Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Y en un alarde de precisión ha recordado que en España sólo hay dos obispos legalmente ordenados. Monseñor Subirón y él. De lo que no hay duda es de su acomodada situación económica, de acuerdo con la imagen que nos regala de su pisito de Bilbao con su servicio doméstico sirviéndole el té.

Me figuro que sus títulos y Grandezas de España, que no figuran en ninguna edición nobiliaria, también se los habrá inventado. Duque de Tiara Linda, Duque de la Sierra de Cazorla –allí veraneaba de niño para refrescarse del calor de Linares, su ciudad natal–, Duque de Hisopogrande, marqués del Báculo Magefesa, y conde del Morado Moaré. Sólo le falta proclamarse Papa, si bien ha admitido a sus amigos más cercanos, que aspira a más.

Lo imperdonable es que ha metido a una comunidad de monjas clarisas en un lío descomunal. Todas ellas pueden ser excomulgadas. Todas ellas –las de Belorado, que no todas las clarisas–, se han dejado convencer por este caradura y se han enfrentado al Papa, como el inconcebible Clemente del Palmar de Troya. No se puede disculpar a las clarisas de Belorado por su supuesta inocencia. Ahí hay algo más, y eso algo más es lo que preocupa.

Rezando por ellas están las carmelitas de Ruiloba. Y ellas serán capaces de abrir la luz en las mentes infectadas de unas monjas de clausura por los delirios de un papanatas. De un pobre payaso anclado en un pasado que jamás existió. Simplemente, de un pobre «snob».

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