La entrada de Peter Pan
El propósito de Peter Pan no era otro que dar un braguetazo con Pitulina, a la que le salían los millones de dólares por las orejas
Sebastián López de Ardorales –Sebas Ardorales–, era un tipo con suerte. Inteligente, guapo, bien educado y con notable éxito entre el mujerío. Pero también tenía un defecto monumental, muy desagradable. Le gustaban las fiestas de disfraces. Lo pasaba muy bien en las fiestas de disfraces, y la anciana costurera de su casa, se los hacía a medida. Se recuerdan sus disfraces de beduino, de jefe sioux, de capitán Ahab, de Guillermo Tell, de bandolero de Sierra Morena, y de mayonesa. Sí, han leído bien. Dominaba hasta tal punto los disfraces que se vistió de mayonesa para asistir a una fiesta. Pitulina Zornoza-Echeguren, hija única del conocido estafador boliviano Armando José –Pitulín–, Zornoza-Echeguren y de su bella esposa, Mariella Stopinapoulos, de prestigiosa familia naviera del Mar Egeo, le invitó a una velada de disfraces. Vivían en Madrid con toda suerte de lujos y detalles, en un amplio piso de la calle de Serrano, en el que Pitulina invitó a todo Madrid a la fiesta de disfraces más ansiada de aquella época. Y Sebas Ardorales fue invitado a participar en ella. Eligió para tan magno acontecimiento disfrazarse de Peter Pan.
Un vestido de Peter Pan adaptado a la modernidad. Es por todos sabido que Peter Pan carecía de bragueta en sus ajustadas calzas, y en las fiestas de disfraces se sirve alcohol en abundancia. La vieja costurera se lució en la confección del disfraz de Peter Pan con bragueta. Su propósito no era otro que dar un braguetazo con Pitulina, a la que le salían los millones de dólares por las orejas.
Se acercaba la fecha de la fiesta, y Sebas Ardorales, ya con el disfraz ultimado, se pasaba horas ante el espejo practicando gestos, movimientos y palabras de Peter Pan. Le salía muy bien lo que tenía entrenado para impactar a Pitulina al acceder a su casa. Un gesto como apuntando un inicio de vuelo, y la frase segura y rompedora que dirigiría a su anfitriona, nada más verla. – Quiero que seas mi Wendy todos los días de mi vida-. Una declaración de amor alejada del uso y la vulgaridad.
Llegó el día. Sebas se vistió de Peter Pan, activó su último ensayo ante el espejo, y salió a la calle en pos de un taxi. Su aspecto llamó extraordinariamente la atención de los viandantes. Un taxi se detuvo, y el conductor se dirigió a él con divertido respeto. –¿Dónde le llevo, señor Pan?–. Llegados a su destino, Peter Pan pagó el taxi con una generosa propina.
Tocó el timbre y abrió la puerta Pitulina, su Wendy. Iba disfrazada de tristeza. Toda de negro. Peter se impulsó para alzar el vuelo, y saludó a Pitulina: –Quiero que seas mi Wendy todos los días de mi vida–. A ella le brotaron algunas lágrimas, mientras se disculpaba por no haberle avisado de los últimos acontecimientos.
–Esta tarde, ha muerto mi papá–.
En efecto, en el salón principal de la casa, entre cuatro inmensos cacharros de plata, yacían los restos mortales de Armando José Zornoza-Echeguren. Entre los nervios de la fiesta y una citación judicial que le aconsejaba que se presentara ante el Juez de Instrucción con la advertencia que, de no presentarse, le enviaría a domicilio a una pareja de la Guardia Civil para proceder a su detención, su corazón decidió dejar de latir definitivamente. Los invitados fueron avisados, exceptuando a Sebas Ardorales, que no oyó la llamada del teléfono por hallarse puliendo los gestos de Peter Pan. Y Peter Pan se apercibió de su situación confusa inmersa en el ridículo más total. Su decepción fue tal, que reaccionó con tardanza y escaso sentido de la adaptación a los hechos acaecidos.
– Lo de tu padre es muy gordo. ¡ Lástima de fiesta!–.
– Abandona inmediatamente esta casa, Ardorales–, dijo Pitulina mientras señalaba enérgica la puerta principal.
Guardo en el anonimato la auténtica identidad de los protagonistas porque los veo con frecuencia y pueden sentirse abatidos por la pública exposición de sus nombres.
Ardorales terminó dando el braguetazo con la madre. Como él acostumbra a decir: - No hay mejor caldo que el de la gallina vieja-.
Y así estamos. Pitulina, soltera.