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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Otros tiempos

No se trata de otra cosa que recordarles a los horteras supremos que los aviones de Iberia, al menos hasta la llegada de Puente, vuelan puntuales y precisos. Y que el respeto institucional era común entre todos los políticos

Actualizada 01:30

Tuve la fortuna y el honor de ser amigo de Pablo Castellano, el más honesto y consecuente político de izquierdas que he conocido en mi vida. Compartimos, desde el respeto a nuestras ideas, centenares de 'tertulias' en el programa 'Protagonistas' de Luis Del Olmo. Abogado, socialista a la izquierda del PSOE y republicano federal. –Señor monárquico–, me llamaba, y yo le respondía con un –señor republicano–, que más que un tratamiento era una definición. Tarifó con el PSOE, se sentía anticomunista, y su cabeza guardaba la brillantez y la coherencia de un español de izquierdas ilustrado, esa especie que ahora ha desaparecido del mapa. Además, a él le debo la concesión del Premio González-Ruano de Periodismo, que patrocinaba la Fundación Cultural Mapfre Vida, el más ansiado y envidiado de todos, con excepción del Mariano de Cavia de Prensa Española, que era el fetén, y que también poseo, y ruego ser perdonado por ello.

Escribí el artículo premiado después de comer con Pablo un codillo en 'Edelweis'. Aquella mañana había regresado de Palma. Y me narró pormenores del viaje, que yo supe resumir en un texto que se publicó en ABC con el título «La Pasajera». La pasajera era la Reina Sofía. Otros tiempos. Pablo tenía reserva en un tempranero vuelo de Iberia Palma-Madrid, y como diputado, fue invitado a esperar en el salón de autoridades. Pocos minutos más tarde, accedió al mismo salón la Reina Sofía acompañada de un ayudante militar. Y por último, se abrieron de nuevo las puertas del exclusivo espacio para acoger al entonces ministro de Defensa, Narcís Serra, el de la voz cantarina. Junto al salón de autoridades, aguardaba un avión 'Mystére' de la Subsecretaría de Aviación Civil, el modelo precursor de los actuales, famosos y mal ocupados Falcon.

Pablo Castellano dedujo, y no acertó, que aquel avión estaba destinado a llevar a Madrid a la Reina. Compartieron desayunos. A las 8.15 de la mañana, unos obsequiosos empleados del aeropuerto, anunciaron al ministro Serra que su avión estaba preparado. El ministro se despidió de la Reina con respeto, de Pablo Castellano con distancia, y se desearon buenos vuelos hasta Barajas. Diez minutos más tarde, los mismos empleados comunicaron a la Reina y al diputado Castellano que les aguardaba una camioneta para acercarlos al avión de Iberia, que ya había iniciado el embarque de los pasajeros. El republicano, con señorío, cedió el protagonismo a la Reina. Embarcaron por la puerta delantera, y según Pablo, la Reina saludó a los pasajeros con una amplia sonrisa y les pidió perdón por haber accedido al avión con retraso. –No ha habido retraso, Majestad. Acabamos de embarcar–, le dijo uno de los más cercanos al asiento reservado a la Reina. El avión de Iberia inició su rodadura hasta la cabecera de pista y esperó a que efectuara el despegue el «Mystére» del ministro Serra. Posteriormente, despegó.

La Reina había desayunado y rechazó amablemente el zumo de naranja terrorífico que ofrecía Iberia a sus clientes. Pablo tomaba notas para una comparecencia parlamentaria y la Reina conversaba con su ayudante. Cuando el vuelo de Iberia rodó por la pista de Barajas, el 'Mystére' de Narcís Serra, se dirigía a los aledaños de la sala de autoridades, donde cuatro coches le aguardaban. A la Reina le esperaba su coche y uno de escolta. Descendió el pasaje, y la Reina le ofreció a Pablo Castellano llevarlo hasta el Congreso. –Gracias, Señora, pero tengo un taxi esperándome–. Y efectivamente, ahí estaba el taxi. Los cuatro coches del ministro socialista de Defensa ya circulaban por la Alameda de Osuna cuando la Reina y Pablo se despidieron. –Ha sido muy agradable coincidir con usted, don Pablo–; –y para mí, un honor, desde mi republicanismo, viajar con mi Reina–.

Cuando la Reina salía del complejo de Barajas, un taxi le hizo escolta hasta el primer semáforo.

El ministro en su despacho, llamó con urgencia a Pujol. – Tengo que verte, Jordi. Felipe se opone a tu petición de eliminar la Mili obligatoria–. –Esto hay que arreglarlo–. Llegaron las elecciones y ganó Aznar sin mayoría absoluta. Serra se apuntó a la banca. Aznar, a cambio del apoyo parlamentario de Pujol, suprimió el Servicio Militar.

Y la Reina, cuando viajaba de particular, siguió haciéndolo en Iberia, Líneas Aéreas de España.

No se trata de otra cosa que recordarles a los horteras supremos que los aviones de Iberia, al menos hasta la llegada de Puente, vuelan puntuales y precisos. Y que el respeto institucional era común entre todos los políticos.

Otros tiempos.

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