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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El gran taxista

Europa, con su estúpida y demagógica política de inmigración se ha entregado al islam. Los alemanes, grandes culpables de la situación, quieren dar marcha atrás, y no pueden

Actualizada 08:45

En el Reino Unido, un primer ministro y varios alcaldes provienen de la inmigración asiática y africana. Francia, en un cincuenta por ciento, es una nación musulmana. En Suecia, sucede lo mismo. Europa, con su estúpida y demagógica política de inmigración se ha entregado al islam. Los alemanes, grandes culpables de la situación, quieren dar marcha atrás, y no pueden. La arabización de Europa cuenta con el apoyo de los partidos socialistas y comunistas. La extrema izquierda cree que la derrota del sistema les favorece. No conocen a quienes tanto apoyan. Sus cabezas serán rebanadas con el mismo gusto que las de los europeos conservadores, liberales y socialdemócratas. Termino de llegar de Madrid. Tuve la fortuna de pasar un rato delicioso en un taxi. El taxista era un tipo genial, divertido, acalorado y madridista. Me dio su tarjeta para futuras visitas. No descubro su identidad porque terminaría con su trabajo. En las paradas acepta a todos los clientes. En marcha, no se detiene si el usuario del taxi no le ofrece garantías. Y todo responde a una experiencia.

–Hace más o menos un año, me detuve ante la llamada de un cliente en la esquina de Bretón de los Herreros con la Castellana. Era un árabe bastante antipático y muy impertinente. Me pidió que le llevara hasta Alcalá a la altura de Cedaceros. Pues muy bien. Tráfico fluido y yo, como tengo por costumbre, oyendo a mi Rocío Jurado. Quizá tenía la radio a excesivo volumen. Se quejó, y yo, por respeto, bajé el sonido. Me dijo que todas las canciones españolas eran pecaminosas y contrarias a Mahoma. Después de informarme de mi pecaminoso gusto, el que subió el tono de su voz fue él. –¡Le ordeno que apague la radio!–. Como usted comprenderá, en mi taxi el único que ordena o deja de ordenar soy yo. No obstante, en atención al cliente, apagué la radio.

Ilustración de Barca

Barca

Y seguimos hacía el punto de Alcalá a la altura de Cedaceros, en concreto, la iglesia de las Calatravas. No habíamos llegado a Colón, cuando el árabe me dijo que nos quedaban a los cristianos pocos años de poder, y que España volvería a ser mora. –Pues eso sí que no–, me limité a comentar. Ustedes llegaron en el siglo Octavo y en el siglo XV, con la Reconquista, los devolvimos a sus tierras de origen. Pero se lo dije con mucho respeto. El cliente, enfurecido, me exigió que llamara a otro taxista para el término del traslado. Hice la gestión sin llamar a nadie, una conversación falsa. A la altura de Bárbara de Braganza, ya Colón a popa, me detuve y aparqué. –Señor, no le voy a cobrar ni un euro por el trayecto. Ya he llamado a quien viene a recogerlo. Tiene usted que esperar aquí unos minutos. No tardará. No vendrá un taxi, porque casi todos los taxis son pecaminosos y contrarios a la ley de Mahoma. He pedido que lo recoja un dromedario que tenemos en los garajes para situaciones como ésta. Un dromedario con todo lo que un hijo de Alá necesita para viajar cómodo y feliz. El que lleva al dromedario es marroquí, y muy prudente con el tráfico rodante. Espere aquí, no se mueva, que en unos minutos verá bajar por Bárbara de Braganza al dromedario de uso público. Buenas tardes–.

–Encendí la radio, le hice la segunda voz a mi Rocío Jurado, y ahí se quedó el individuo, mirando hacia Barquillo, por donde tendría que llegar el dromedario. No apuntó ni mi matrícula ni la licencia. Y aquí sigo. Con mi Rocío, y musulmán que alza el brazo para que me detenga, ahí se queda. Aquí nos resistimos a nuestra manera–.

No hace falta decir que la propina fue sustanciosa.

- Con Dios, amigo.

- Con Dios, torero.

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