El subtexto de Felipe González
Sánchez miente cuando afirma que no cederá ante Puigdemont. Miente, primero, porque siempre miente. Miente, después, porque la presidencia de Illa compromete la suya
Cualquier socialista que piense lo que González y Guerra sobre Zapatero y Sánchez –es decir, sobre el último cuarto de siglo de su partido– ya habría devuelto el carné. Máxime conociendo tan a fondo los destrozos internos, la mutación de un partido socialdemócrata en una partida neobolivariana, el cabildeo internacional contra los intereses de España, la traición a los saharauis –causa típicamente socialista–, la alianza con Bildu y la amnistía. A menudo se ha pronunciado Guerra con meridiana claridad; esta vez ha sido el mismísimo González quien ha triturado, sonriente, a su tóxico sucesor. Esgrimiendo una Constitución. Todo con la eficacia de esa sorna suya contenida, elaborada desde antiguo. Invectivas aparte, bastó en puridad un solo argumento: el actual Gobierno no debería existir. No otra es la conclusión a la que conduce la insistencia de González en que él se retiró habiendo quedado a 300.000 votos de Aznar en 1996.
Ello no significa que no se movieran entonces hilos en Prisa, animados por la «dulce derrota» propia (o la «amarga victoria» del PP, que es lo mismo) para privar a Aznar de la presidencia. Pero no trataron de que el PP no gobernara, sino que lo hiciera Ruiz Gallardón en vez de Aznar. Cito el asunto aunque en nada afecte a mi breve tesis: el mayor daño que infligió González a Sánchez durante su entrevista fue la tenaz reivindicación de Illa, aunque nadie lo notara. Lo cito también porque, en cuanto se reconoce alguna virtud a González, algunos se bloquean y dejan de seguir cualquier argumento. El hecho es que Felipe y Alfonso no devuelven ni devolverán el carné porque para ellos el PSOE es una construcción personal, más allá de que se rescataran unas siglas históricas prácticamente muertas para impedir la eventual victoria del único partido que hizo antifranquismo desde el interior: el PCE, hoy escondido o difunto, trocado en amalgama de tonterías woke (con un par de comunistas de verdad tratando mal que mal de mantener las esencias; en particular Enrique Santiago, armado con los colmillos que le faltan al izquierdista woke).
Así que González fue en realidad al programa de Pablo Motos a fin de decantar una grave querella intestina que el PSOE está logrando, de momento, mantener en el más riguroso silencio: ¿Sacrificamos a Illa en pos de la gobernabilidad, o sea, de la tranquilidad de Sánchez? Si Illa fuera president, ¿no se enfurecería Puigdemont y nos impedirá aprobar leyes orgánicas y presupuestos? Sánchez miente cuando afirma que no cederá ante Puigdemont. Miente, primero, porque siempre miente. Miente, después, porque la presidencia de Illa compromete la suya. De ahí que González, entre mofa y befa del sanchismo y de Zapatero, alabara tanto a Illa, insistiera en su estrecha amistad. Si el PSOE no estuviera en una encrucijada imposible con motivo de la formación de gobierno en Cataluña, si Sánchez dijera verdad, los halagos de González perjudicarían a Illa por contraste. González siempre tiene subtexto, algo que Sánchez, ese martillo, ni sueña.