España como moneda de cambio
El pueblo español es ahora el antagonista de la discrecionalidad de Sánchez y del estilo de actuar que en su entorno se ha instalado
Volvamos a lo importante, atendamos a las cosas serias y dejemos los fuegos de artificio de Sánchez y su posterior camuflaje para mejor ocasión, cuando no nos juguemos nada. Aquí lo verdaderamente trascendente es la ley de amnistía y las presuntas implicaciones de la esposa del presidente en un posible de tráfico de influencias. Enfadarse con Milei y con el pueblo argentino, reconocer al Estado palestino sin consecuencia alguna o anunciar un envío multimillonario de armas –como las viviendas que iba a construir hace un año– sin que nadie fiscalice nada sobre ese envío, es sencillamente una cortina de humo. Un intento de despistar a la opinión pública para que no abordemos lo que de verdad importa.
Lo grave de todo ese teatro de la simulación –el rey del drama, como lo calificó The Economist– es que se hace utilizando el patrimonio común del buen nombre de España. Se utiliza a la nación española para enfrentarnos a Argentina e Israel, con el fin último de que no hablemos de los problemas que de verdad atosigan a Sánchez y a su presidencia. Y qué decir de la ley de amnistía que entre hoy y mañana puede salir adelante. Una amnistía que representa el pago del apoyo de siete escaños para comprar un mandato más. De nuevo utilizando el patrimonio de todos para resolver sus problemas personales.
Vengo manteniendo desde hace tiempo que toda esta situación, a través de la cual la democracia en España se ha deteriorado considerablemente, concluirá con un fin no deseado por parte de los protagonistas. El pueblo español es ahora el antagonista de la discrecionalidad de Sánchez y del estilo de actuar que en su entorno se ha instalado. Se sabe, sin embargo, que toda simulación acaba mal, ya que no se puede mantener durante mucho tiempo. Sánchez ha querido protagonizar una impostura de la virtud y todo lo que sabemos de él, plagio de tesis incluido, es exactamente lo contrario a la moralidad. Si de verdad creyese en ello, se hubiese ido, como hizo António Costa en Portugal. Dada la ínfima calidad de nuestra cultura política, ya nada bueno podemos esperar de quienes nos gobiernan. El político que llegó al poder a través de una moción de censura contra la corrupción termina con su mujer imputada. Malos tiempos para la lírica… y para España también.