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02 de julio de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Pacifistas a tiempo parcial

El Gobierno está agitando la geopolítica con la misma frivolidad desplegada en España y resultados casi igual de horribles

Actualizada 01:30

Los mismos que llaman «genocidio» a la guerra de Israel contra Hamás se ahorran ese término, a todas luces demagógico, para referirse a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que le ha costado la vida a bastantes más civiles que en Gaza, donde el terrorismo intenta por todos los medios retener a los pobres palestinos para utilizarlos como escudos humanos e imponer el relato inmundo de que el problema es el sionismo, muy torpe en la gestión de su patrimonio moral, que también hay que decirlo.

No es nueva esa contradicción, que suele ser indicio de una ausencia galopante de principios y de una desesperada búsqueda, estrictamente, de réditos políticos y electorales: la celeridad con que el PSOE, Podemos o Sumar, entre otras hierbas de la extrema izquierda, han abrazado la causa palestina contrasta con la rapidez con que se han olvidado del Sáhara, sobre la que España tuvo más autoridad que en Oriente por razones obvias.

Al parecer, la opresión saharui por el yugo marroquí desaparece por arte de magia cuando a Sánchez le espían su teléfono y su esposa trabaja en África, lo que puede ser comprensible en este PSOE acrítico, plagado de sindicalistas verticales cuyo único objetivo es sobrevivir en una lista electoral en puesto de salida, sea en el Congreso o en la concejalía de Abastos de Lepe; pero tiene poca explicación en los casos de Yolanda Díaz e Irene Montero, tan rendidas en realidad a los extraños encantos de Mohamed VI como el frívolo cabecilla de la diplomacia española y su patético escudero, el ministro Albares.

Tampoco hay por dónde coger, en este puzzle de iniquidades, intereses bastardos y demagogia barata, la ruptura de relaciones con Argentina, el zafio enfrentamiento con Israel o la progresiva tensión con Italia, cuya primera ministra invita a España a una reunión del G7 mientras Sánchez le exige a Feijóo que no pacte con ella, por fascista.

La política internacional siempre es un reflejo de la estabilidad interna de un país, y si en España se gobierna gracias a una coalición de supremacistas, neocomunistas y batasunos es difícil que el discurso global pase del terreno del interés cortoplacista, la estrategia electoral y los peajes derivados de la intervención doméstica.

Pero sea por necesidad o por convicción, lo cierto es que Sánchez intenta trasladar fuera de nuestras fronteras la polarización que ha implantado dentro de ellas, recreando un universo paralelo similar al que aquí bebe del guerracivilismo y allá se transforma en una cruzada contra el fascismo.

Escuchar a la caterva de sanchistas subvencionados darse golpes en el pecho, con preocupación artificial, por el supuesto auge de una ultraderecha internacional mientras se desecha que el gran problema, al menos en España, está en la extrema izquierda, resulta casi conmovedor.

Pero verles buscar argumentos parvularios para alertar sobre los peligros de Hungría, Polonia o Italia, países que han mejorado la calidad de vida y la seguridad de sus vecinos sin romper ningún plato principal de la vajilla democrática europea; mientras se desecha los que encarnan Bildu o Puigdemont en casa y el Grupo de Puebla fuera de ella, ya produce espanto.

Porque si Sánchez ha encomendado en España su futuro al de una pinza nacionalpopulista cuyos efectos ya fueron trágicos en los años 30 del siglo pasado; fuera lo ha hecho a una coalición de radicales en el que el menos malo, y es horroroso, se llama Lula de Silva.

En la última semana, la diplomacia española ha recibido el aplauso de los talibanes y de Hamás. Y el reproche sutil de Estados Unidos y Francia. Si todavía alguien sostiene que vamos por el camino correcto, solo puede ser por ignorancia, por facturar, por sectarismo o por una combinación de las tres circunstancias, que es lo más probable.

El remate ha sido un acuerdo extraño con Zelenski, una víctima de Putin que no obstante solo ofrece guerra a su pueblo, consistente en firmar a escondidas un memorándum, para que no se enteren ni sus socios ni el Congreso, por vigencia de diez años y una inversión en armas de 1.100 millones. Un saludo, en este punto, a la Guardia Civil de Barbate.

Todo ello decidido por Sánchez tras reunirse con Sánchez y la sensación de que este frívolo sin criterio lo mismo amnistía a los socios de Moscú en Cataluña que se gasta una millonada en misiles para un conflicto en el que la verdadera diplomacia y los hombres de Estado brillan por su ausencia en España y en Europa, como si quisieran aprovechar las andanzas de Rusia para colar un ingente negocio y una reforma, tacita a tacita, de los hábitos energéticos, industriales, fiscales y ambientales de los europeos.

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