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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Kadaré

Coincidimos en innumerables encuentros literarios, en conferencias, dedicatorias y firmas; recuerdo su mirada firme, semejante a su verbo, y las manos que por el contrario se movían con una lentitud sabia, en una oscilación fluida, aguada, irreconocible para mí.

Actualizada 01:30

La idea de Michel Onfray, aunque readaptada y repensada, ahora es mía. Me la apropio desde su libro más reciente. ¿Cuál es la diferencia entre un liberal y un libertario? Ejemplo: Un editor que elige publicar a un autor de tripas, «vende papel». Un editor que escoge a un escritor de mente, «vende ideas». El primero es un liberal, el segundo es un libertario. Es un capitalista quien logra el equilibrio, porque al mismo tiempo de hacer ventas, coloca una necesidad de pensamiento y análisis como dependencia en el mercado. De ahí que: capitalismo, capitalismo y más capitalismo…

El socialismo sólo me ha dado pérdidas y tristeza, el capitalismo es el sistema que mejor ha triunfado en el mundo, y a mí en particular me ha brindado grandes alegrías, aunque muchas más enseñanzas.

Una de esas alegrías y al mismo tiempo enseñanzas del capitalismo fue la de conocer personalmente a Ismail Kadaré en 1996. Ocurrió tras recibir la invitación a un gran evento literario en Alemania; al llegar al aeropuerto de Frankfurt nos tocó compartir taxi al autor de 'El Palacio de los Sueños', al que su esposa acompañaba, y a mí. Nos presentamos mutuamente, todavía yo era muy tímida. Sólo había leído de él el libro mencionado anteriormente, y él, vaya sorpresa, había leído 'La nada cotidiana' traducida al francés.

'El Palacio de los Sueños' lo devoré en La Habana, no porque se hubiera publicado, Kadaré formaba parte de los autores censurados por el régimen, sino porque el corresponsal de la agencia AFP me lo había prestado, también traducido al francés. La novela me impactó, de manera misteriosa enseguida forjó en mi interior como una nata de anhelos, yo quería escribir así, con esos alientos enigmáticos, yo quería ser de otro país, pertenecer a otra realidad, evadirme de la mía a través de la escritura.

Se lo conté a Kadaré y sonrió, le divertía que alguien coincidiera con su forma de pensar y repensar la literatura despojada de sitios y convenciones personales. Además, añadió en una especie de consejo que –pausa aparte– debía estar alerta a partir de entonces que todavía las puertas estaban abiertas para mí, que en cuanto comenzara a declarar más mi incorfomidad desde mi recién aprendida libertad la situación se iría complicando. Así ha sido, no me arrepiento, le he tomado el gusto a la aventura de la discrepancia.

Ismail Kadaré y yo volvimos a coincidir en innumerables encuentros literarios, en conferencias, dedicatorias y firmas; recuerdo su mirada firme, semejante a su verbo, y las manos que por el contrario se movían con una lentitud sabia, en una oscilación fluida, aguada, irreconocible para mí. No hay nada que me agrade más que identificar y reinterpretar la escritura de un autor en los movimientos de su cuerpo, en público, o en privado. Kadaré siempre culminaba un gesto con ese sonido tan preciso de la última sílaba de su apellido, conciso y exacto, puntual.

He leído desde que lo conocí toda su obra –nada tan delicioso como salir bajo la lluvia, con mi paraguas parisino, a comprarme el último Kadaré–; con él me sucede como con Samuel Beckett, jamás me han decepcionado pues, aunque yo entrara en las páginas de sus libros con toda inocencia, cada fragmento tiraba de mí, me arrastraba hacia el conocimiento, hacia una atracción por la palabra y su conjunto, que me obligaba a repensar, a reiniciar un proceso de maduración que consideraba ajeno a mis posibilidades. Y es que autores como Kadaré ofrecen irrevocablemente la posibilidad de crecer a dimensiones inimaginables, inabarcables; como diría una amiga, y «sin tanto escombro».

Autor comprometido con el combate anticomunista en su pequeño país, Albania, lo hizo sin embargo desde la intensidad de su literatura y desde su posición sin ambigüedades. «Mi único amor ha sido el de la literatura», expresó en diversas entrevistas. Su mayor exclusividad es la de haber escrito varias obras maestras, como 'El General del Ejército Muerto' (1966), 'El País de los Sueños' (1976) y 'Abril Quebrado' (1978). La primera fue llevado al cine por Luciano Tovoli en 1983, e interpretado nada más y nada menos que por Marcello Mastroianni, Michel Piccoli, Anouk Aimée y Sergio Castellitto.

«Ismail Kadaré falleció este lunes 1 de julio de un infarto en Tirana, a la edad de 88 años. Galardonado con numerosos premios, incluido el prestigioso 'Premio Internacional Man Booker' en 2005, está considerado uno de los más grandes escritores europeos contemporáneos. Deja tras de sí una obra considerable, tan épica como lírica, que obliga a la dictadura a tolerarlo, aunque lleva dentro, entre líneas, el fermento de la revuelta contra la autarquía comunista.» De tal forma lo despide Radio France, France Culture, donde también tantas veces nos cruzamos. «Adiós, querido Maestro», así lo despido yo mientras retorno a la lectura de su magnífica escritura.

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