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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La madre superiora

Apenas faltaban dos meses para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. España entera se volcó a favor de Barcelona, que cambió su estética y se convirtió –¡qué tiempos aquellos!–, en la ciudad mejor terminada del mundo

Actualizada 01:30

Ha fallecido Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol. Era creyente. Dios la tenga en su gloria previamente perdonada.

Alfredo Goyeneche y Moreno, conde Guaqui y marqués de Artasona, donostiarra, extraordinario jinete de concursos hípicos en su juventud, coetáneo de Francisco Goyoaga, campeón del mundo, y de sus contrincantes y amigos de la vieja edad de oro de la Hípica, el capitán Queipo de Llano –fallecido en el atentado de la ETA en el Hotel Corona de Aragón de Zaragoza– entre otros españoles, y sus adversarios extranjeros, los hermanos D’inzeo, italianos, Hans Winkler, alemán, Jean Pierre D´Oriolá, francés, sin olvidar a su hermano Jóse Goyeneche, marqués de Corpa, todos ellos maestros de la Hípica. Del Real Madrid y la Real Sociedad de San Sebastián, gran gestor del deporte español, y vicepresidente del Comité Olímpico Español, que presidía Carlos Ferrer Salat.

Apenas faltaban dos meses para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. España entera se volcó a favor de Barcelona, que cambió su estética y se convirtió –¡qué tiempos aquellos!–, en la ciudad mejor terminada del mundo.

En un alarde de generosidad, el presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, y su esposa, Marta Ferrusola, invitaron a comer en el palacio de San Jaime, a los miembros del Comité Olímpico Español, presidentes de diferentes federaciones y personalidades destacadas del deporte en España, y al alcalde Pascual Maragall. En aquel almuerzo, Jordi Pujol recordó en varias ocasiones al gran impulsor de aquellos Juegos Olímpicos de Barcelona, el Rey Juan Carlos I. El presidente del COI, el barcelonés Samaranch, que había sido embajador de España en la URSS –desintegrada en 1991–, y captó los votos de Rusia y los países asociados al nuevo Estado ruso a favor de Barcelona, también declinó su presencia para no restar protagonismo a los miembros del COE.

A la derecha de Marta Ferrusola se sentó Carlos Ferrer Salat. A su izquierda, Alfredo Goyeneche Moreno, conde de Guaqui.

Marta Ferrusola y Carlos Ferrer Salat hablaban animadamente en catalán. Ferrer Salat, barcelonés, economista y gran deportista, sin ser Espriú, se desenvolvía en el idioma de su tierra natal con bastante corrección. Inesperadamente, la señora de Pujol se acordó de que existía un señor muy educado sentado a su izquierda, y se dirigió a él en catalán. Alfredo Goyeneche, con toda amabilidad y respeto, le mostró su incomodidad. –Señora Pujol, soy donostiarra y he pasado toda mi vida en Madrid. No tengo la fortuna de hablar catalán, y le agradecería que nos entendiéramos en nuestro idioma común, el español–. La señora de Pujol mantuvo la sonrisa, miró al conde de Guaqui como sólo se mira a los marcianos, en el caso de que existan, y remachó: –Bueno, pues si no sabe usted catalán, hablaremos en francés–.

Alfredo Goyeneche era un señor como la copa de un pino. Todo menos responder con una grosería a otra grosería, y más aún, si la grosera era la anfitriona. –Perdón–, susurró mientras se incorporaba de su asiento.

Abandonó el comedor, descendió por las escaleras del Palacio de la Generalidad, alcanzó la plaza de San Jaime, se montó en un taxi, y rogó al taxista que le llevara hasta la calle Ganduxer, número 10, donde se ubica el restaurante Vía Veneto.

Fue atendido con toda la cortesía y clase del gran establecimiento barcelonés. Y comió en la más dichosa soledad. Pagó la factura, y esperó a sus compañeros en el hotel.

Ese respeto ancestral que tenemos los españoles por los muertos, me impide hacer leña de un árbol caído.

La Madre Superiora de la corrupción catalana, recibió aquel día una lección de señorío.

Descanse en paz.

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