Grandes
¿Qué motivos tenemos los españoles para derribar el prestigio de nuestro mejor director de orquesta y autor de óperas «sostenibles», David Azagra? Ninguno. Tendríamos que sentirnos orgullosos de tener, al fin, un heredero de Ataúlfo Argenta, Frübeck de Burgos o el maestro García Asensio
Es tan penetrante y corrosiva la envidia, que en España se abomina de los grandes. Ahí tenemos al gallardo concejal por ERC de la importante localidad de Palau de Plegamans, que según mi chivato de Palau de Plegamans se puede llamar «Ignasi» Fargas. Un hombre joven, apuesto, de aspecto heterosexual, mirada clara, y alto prestigio entre el mujerío de su «admirapla» municipio. Un hombre nacido para ser padre, y de esa forma garantizar la plenitud intelectual y estética de la singularidad catalana. Pues no. Su declaración le libera y nos libera a los que le admiramos, de la molesta duda. « Estoy por no tener hijos, para no traer castellanohablantes al mundo». Eso es un catalán con principios y valores rebosados de grandeza. Y en las redes sociales – la envidia- le han llamado tonto y otras lindezas que me han entristecido sobremanera.
Meses atrás, una mujer grande de verdad, fue triturada por los medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos de la ultraderecha, por haber firmado un contrato millonario con RTVE. Así, analizado con la envidia como portavoz, el contrato puede parecer efectivamente, excesivamente alto y favorable de acuerdo a las contraprestaciones que se especifican en su redacción. Me refiero al contrato de Silvia Inchaurrondo y Televisión Española. Una millonada a simple vista, pero muy mal interpretrada por los envidiosos intransigentes.
Porque en ese contrato, sólo se alude a la labor profesional que Silvia Inchaurrondo, la gentil e independiente periodista vasca, está obligada a cumplir como conductora de un programa de opinión. Y los envidiosos ignoran, que esa cantidad exagerada que percibe doña Silvia, comprende también sus otras obligaciones para con el Estado de acuerdo al resto de sus méritos académicos, políticos y sociales. El contrato comprende su actividad como Portavoz del Gobierno en la Pequeña Pantalla, Fiscal Adjunta del Fiscal General García Ortiz, Abogada Defensora de doña Begoña Gómez, la indefensa, Catedrática de Derecho Penal, Catedrática de Derecho Procesal, Catedrática de Derecho Mercantil y Catedrática de Derecho Admistrativo. Así como su cargo, no oficial, de Directora sin Despacho del Ministerio de la Verdad, Presidente de la APBCA –Asociación de Periodistas de Bulos Contra Ayuso- y Representante en TVE del PNV. Sumando sus cargos y deberes, es lógico y normal que doña Silvia disfrute de un contrato especial en RTVE, que como es sabido, es un órgano dependiente, mediante el dinero de todos los españoles, del Gobierno de la Nación. Y aquí, los envidiosos intolerantes intentando desprestigiarla movidos de la insaciable envidia que los mediocres emponzoñan contra los grandes.
¿Qué motivos tenemos los españoles para derribar el prestigio de nuestro mejor director de orquesta y autor de óperas «sostenibles», David Azagra? Ninguno. Tendríamos que sentirnos orgullosos de tener, al fin, un heredero de Ataúlfo Argenta, Frübeck de Burgos o el maestro García Asensio. Y como es un grande, lo maltratan. A mí, sinceramente, me importa un bledo que dirija a la Sinfónica de Badajoz en Cáceres que en Oporto, o que su estudio se ubique en España o Portugal, en Mérida o en Elvas. Lo que me importa es la calidad del producto, y entre su magna obra destaca la composición musical «Nunc Dimittis» –¡Qué casualidad!–, creada para el bailarín Nacho Duato y una Ópera de la que no recuerdo el nombre, por mi incultura. Impresionante bagaje creativo que le ha llevado a ser, a pesar de no vivir en España, Jefe de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación de Badajoz y últimamente, por méritos, que no por capricho del nieto mayor de don Gregorio Marañón, Asesor del Teatro Real. ¿ Y qué hacemos en España con nuestro joven y genial Von Karajan? Herir su prestigio por ser hermano del presidente del Gobierno. Derribar a los grandes. Poner en duda y entre nubes los méritos de quienes lo han conseguido todo con su trabajo y esfuerzo, y para colmo, han triunfado en la vida.
Somos malísimos.