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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Disculpen que me ría

Al parecer un aguerrido grupo de manifestantes con sombrero ha servido para dar esquinazo a todo un dispositivo especial de la policía más cara y mejor pagada de España

Actualizada 01:30

Un viejo aforismo sostiene que más vale callar y pasar por tonto, que abrir la boca y demostrarlo. Alguien debiera habérselo recordado a los mandos de los Mossos d'Esquadra a la hora de ponerse a dar explicaciones sobre la huida de Puigdemont. Si ya resultó bochornosa la tocata y fuga del prófugo, las explicaciones posteriores de quienes tenían la obligación de ponerle a buen recaudo han sido aún peores.

Al parecer un aguerrido grupo de manifestantes con sombrero ha servido para dar esquinazo a todo un dispositivo especial de la policía más cara y mejor pagada de España. Nos han explicado que el operativo preparado era perfecto para los planes que había anunciado públicamente Puigdemont, pero el pérfido les engañó. ¡Quién hubiera podido imaginarlo! ¡Malandrín! Estas deben ser las cosas del hecho diferencial catalán que los españolazos nunca llegaremos a entender: Cataluña es el único territorio del mundo donde la policía confía ciegamente en la palabra de los delincuentes; bien es verdad que los delincuentes han ejercido durante años como jefes políticos de los policías y eso también constituye un notable hecho diferencial. Pero hay más, los Mossos han acreditado su extremo civismo, inédito en cualquier otro cuerpo policial: a la hora de perseguir a un delincuente se frenan en seco ante un semáforo en rojo y esperan con paciencia a que se ponga verde para continuar su tarea. Ríanse ustedes de los legendarios bobbies británicos que patrullan sin armas, en Cataluña tenemos el no va más de la exquisitez policial: incluso en plena persecución los semáforos se respetan.

Así, entre sombreros, semáforos y trolas, la policía autonómica ha firmado el episodio más bochornoso de toda su historia. Si la próxima Agencia Tributaria Catalana, hereda la eficacia de Illa como ministro de Sanidad y el rigor de los Mossos en la captura de delincuentes, Cataluña tiene garantizado convertirse en el paraíso mundial de la evasión fiscal. Ya estoy viendo al inquieto hermano de presidente del Gobierno moviendo sus misteriosos milloncetes de Elvas a Barcelona y con él todos los defraudadores fiscales del país.

En la fuga de Puigdemont, la policía autonómica catalana ha hecho el ridículo mundial y ha puesto la parte cómica de todo el asunto, pero el gobierno de Sánchez ha sido el cooperador necesario como demuestra el escrito del juez Llarena. Además, mucho antes de su espantada física, Puigdemont ya había huido de sus graves responsabilidades políticas y morales cuando Sánchez le convirtió en su socio de investidura. La farsa de esta semana es solo la caricatura de la infamia de hace un año.

Dicen los socialdemócratas de buen corazón y mala memoria que el nuevo gobierno presidido por Salvador Illa vendrá a poner orden y respetabilidad en una Generalitat que el independentismo ha convertido en el hazmerreír de la prensa internacional. Permítanme que me siga riendo. Salvador Illa va a cambiar tanto las cosas en Cataluña que su gran iniciativa para los Mossos es ponerlos de nuevo bajo la dirección de Trapero, el responsable su traidora inacción durante todo el procés y singularmente durante la jornada del 1-O.

Pacto fiscal, exclusión lingüística y Trapero de nuevo al frente de los Mossos. Y algunos todavía afirman sin rubor que el independentismo ha perdido el poder en Cataluña. Solo se ha vuelto más aburrido y más peligroso porque ahora lo maneja a su antojo Pedro Sánchez.

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