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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Deporte y meritocracia

Más allá de alguna excepción a la regla general, el mundo del deporte muestra una resistencia feroz a dejarse ahormar en los cánones de la izquierda

Actualizada 02:00

Coincido con Edurne Uriarte en su artículo de ayer: la selección española de fútbol, flamante campeona de Europa, ha roto los fusibles de nuestra izquierda cañí. La celebración del triunfo resultó ser todo un aquelarre antiprogre: unos tiorros exudando testosterona, una marea de banderas de España y un desparrame general en el que no faltaron todo tipo de gansadas ni canciones de Julio Iglesias ni -pásmense- el olvidado «Gibraltar español». Los sumos sacerdotes de la tribu progre aún deben estar recuperándose del soponcio de tanto fervor patriótico y tanto canto al esfuerzo y el mérito.

No es algo exclusivo de los jugadores de la selección de fútbol. Más allá de alguna excepción a la regla general, el mundo del deporte muestra una resistencia feroz a dejarse ahormar en los cánones de la izquierda. Rafael Nadal y ahora Carlos Alcaraz, acarrean legiones de haters en el universo progre de las redes sociales. A Carlos Sainz le pillaron en una conversación privada diciendo que Pedro Sánchez es un asshole, cuya traducción más educada al castellano sería estúpido. Y cuando a Nico Williams le preguntan por política, lo mejor que se le ocurre es pedirle a Sánchez que baje los impuestos. Ignoro si Williams representa a la España mestiza, pero desde luego ha dado en el clavo con el sentir general de la España triturada por el fisco. Definitivamente la izquierda no puede contar con el deporte como cuenta con los cineastas y el mundo de la cultura.

El deporte se basa en el esfuerzo personal y en el sacrificio y esos no son valores que la izquierda de hoy sepa defender. Tradicionalmente decía luchar por la igualdad de oportunidades, pero ahora ya ni eso; ahora solo vive de alentar el conflicto social por la identidad. En su mentalidad, el origen de Nico Williams y Lamine Yamal les predispondría a adoptar determinadas posiciones políticas; ambos estaban llamados convertirse en elementos para el adoctrinamiento, como unas nuevas Jennifer Hermoso de la España diversa, pero ellos no se han dejado estabular en esa categoría y de ahí el desconcierto entre la tropa progre.

En los últimos años hemos visto en las sociedades occidentales una intensa campaña para acabar con el valor social de la meritocracia. Desde las universidades americanas y al calor de toda la doctrina woke, la izquierda nos ha presentado nuestras sociedades como lugares cerrados y tristes donde es imposible prosperar por el esfuerzo propio. A los jóvenes se les pretende convencer de que son víctimas, víctimas de todo: de su raza, de su sexo, de los ingresos familiares, del machismo, de la homofobia o de la falta de vivienda. Cualquier excusa es buena para desanimarles hacer el esfuerzo necesario para superar dificultades y prosperar en la vida. Los deportistas y sus éxitos son una magnífica enmienda a la totalidad de esta triste doctrina.

De todos los momentos que nos dejó el triunfo de la selección española hay uno particularmente emotivo: en plena celebración en el estadio de Berlín, Rodri le coge la cabeza a Yamal con las dos manos y le dice: «Sigue trabajando hermano porque puedes conseguir lo que quieras». Ese es el gran valor del deporte que la izquierda no sabe entender. La frialdad del día después con Pedro Sánchez no es más que la consecuencia lógica de semejante choque de valores.

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