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Un mundo felizJaume Vives

La desconexión con el campo

Puede parecernos un tema menor, pero la desconexión con el campo es la raíz de muchos de nuestros problemas personales y sociales. Saber de dónde proceden las cosas no es algo baladí, sino de la mayor importancia. Es la diferencia entre sobrevivir precariamente o vivir

Actualizada 01:30

La distancia que separa a la mesa de la tierra es cada vez mayor, como muy bien explica Fabrice Hadjadj en varios de sus textos. Es una distancia que, con el paso del tiempo, parece cada vez más insalvable.

La desconexión es tan grande que, puede que muchos niños crean que el jamón crece en los árboles, que las patatas se pescan en los ríos, que los tomates los fabrica una máquina y que el pan lo trajeron ellos bajo el brazo al nacer.

Pero esta fractura no afecta solo a los más pequeños, poco a poco nos convierte a todos en víctimas. Y empezamos a olvidar cómo se fabrica y de dónde procede el jamón, cuándo es la temporada de los tomates, cómo se deben sembrar las patatas y lo fácil que resulta elaborar pan en casa.

Y claro, esto nos hace fácilmente manipulables, nos predispone a comer cualquier bodrio, no tenemos criterio para distinguir entre el trigo y la cizaña, entre la comida saludable y la perniciosa. Lo único que parece importarnos es el envoltorio resultón de la comida y acabamos comiendo auténtica basura. Basura a la que tan acostumbrados estamos que, ya no toleramos el sabor y la textura de los alimentos de verdad.

No vamos a la carnicería, nos contentamos con las neveras del supermercado, llenas de carne de muy dudosa confianza. Ni siquiera visitamos a nuestro amigo carnicero para que nos prepare una carne picada comestible; preferimos recurrir a las bandejas infectas del supermercado, llenas de todo tipo de productos extraños que acaban convirtiendo la carne picada en algo sin sabor, sin olor y testimonial.

Por no querer, no queremos ni perder el tiempo cocinando y, gracias a nuestra vagancia y a que no tenemos criterio alguno, proliferan las empresas de comida preparada que lo único que requiere de nosotros es que sepamos utilizar el microondas.

Y no hablemos de matar un pollo en casa para preparar un buen guiso. Preferimos ahorrarnos el sangriento espectáculo, no mancharnos las manos y que nos den la carne limpia, blanca y tierna, porque el sabor de la carne de un pollo sacrificado en casa, un pollo de verdad, nos resulta desagradable al paladar.

Todo se ha industrializado, desde el jamón del desayuno hasta la leche de la noche. El porcentaje de jamón que tiene el jamón de York escandalizaría al charcutero más pirata. Y animo al lector a que deje un break de leche abierto un mes en la nevera. Pasado ese tiempo podrá consumir la leche tranquilamente, cosa que tendría que hacernos sospechar que, por muy blanca y en botella que esté, no es lo que parece.

Pensamos que la distancia es ya insalvable, pero no lo es. Las últimas semanas hemos elaborado en casa queso fresco y curado, jamón y pavo braseados, también pan y hemos sacrificado algunos pollos del corral… solo se necesita un poco de leche buena, limón, algo de levadura, harina, un trozo de cerdo y un pollo dispuesto a ser sacrificado para alimentar a una familia.

Se requiere tiempo, pero no tanto como nuestra ignorancia nos hace suponer. Sobre todo hay que tener el deseo de aprender y de ensuciarse un poco las manos.

Con esos cuatro ingredientes (leche, limón, cerdo, harina…) podemos salvar, considerablemente, esa distancia terrible que nos separa del campo y de la granja y que deseduca a nuestros hijos (y también a nosotros). Todavía estamos a tiempo de adquirir la sabiduría del señor Cayo, protagonista de la satírica y realista novela de Delibes.

Puede parecernos un tema menor, pero la desconexión con el campo es la raíz de muchos de nuestros problemas personales y sociales. Saber de dónde proceden las cosas no es algo baladí, sino de la mayor importancia. Es la diferencia entre sobrevivir precariamente o vivir.

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