¿Dónde están los padres?
Otra cosa que, aparentemente no tiene ninguna relación con lo que estamos tratando, es la cantidad de casos de disforia de género que han aparecido en los últimos años. La cifra de diagnosticados se ha multiplicado por cuatro mil en la última década
Nos contaba el otro día una amiga nuestra que algunos amigos suyos han decidido abrir su relación de pareja. Hasta aquel momento yo pensaba que eso eran tonterías de la televisión y las redes, una forma de espectáculo más, pero he podido comprobar que esas tonterías llegan y afectan a la gente de la calle.
Y no son pocos los que se creen estas cosas. Supongo que tiene lógica viendo lo machacones que son con el tema algunos –quizá demasiados– programas.
Nuestra amiga nos contaba que aquellas muchachas estaban hechas papilla, destrozadas por completo, con la autoestima por los suelos, una inseguridad de caballo, y la capacidad de amar totalmente alterada.
Situaciones límite las habían obligado a tomar aquella decisión, por miedo a perder a quienes después resultaron ser unos majaderos como la copa de un pino. Y es que claro, si el amor es verdadero, lo lógico es que, abrir una relación suponga también abrir un montón de heridas en el corazón. Heridas punzantes viendo que el otro es capaz de intimar con cualquiera, porque eso sólo quiere decir que tú también te has convertido en un cualquiera.
Nos contaba que cada relación abierta tiene sus normas, y que viven convencidos de que son esas normas las que dan categoría moral a la infeliz vida que llevan. Algunos se permiten ir de flor en flor sin repetir nunca en la misma, por supuesto, para evitar que surja el «amor». Otros se permiten sexo a destajo con cualquiera, incluso en el hogar compartido, con la condición de que el otro no esté en ese momento en casa. La lista de deseos es larga, y el vicio, más que evidente.
Me juego la mano con la que estoy escribiendo a que nadie quiere vivir esa miserable vida, pero el vicio o la desesperación empujan a muchos a adoptar comportamientos más propios de algunos animales salvajes –que no todos–, pues muchos tienen parejas totalmente herméticas.
Otra cosa que, aparentemente no tiene ninguna relación con lo que estamos tratando, es la cantidad de casos de disforia de género que han aparecido en los últimos años. La cifra de diagnosticados se ha multiplicado por cuatro mil en la última década. Por cuatro mil.
Hay caos y mucha desorientación, y aunque muchos factores externos afectan, uno se pregunta: ¿Dónde están los padres?
¿Dónde están los padres de esa niña que ha decidido abrir su relación? ¿Ya le han dicho lo sumamente tonta que es, lo ridículo de su decisión, el daño que le va a causar y que merece un buen azote que la despierte de esa peli de terror? o por el contrario ¿han fingido mucha alegría aunque no entiendan nada, le han dicho que la apoyarán en todo y hasta lo explican orgullosos a sus amigos?
Ser padre no es sólo tener hijos, ser padre es estar, acompañar, corregir, advertir… Vivificar y elevar por el amor lo que ya existe por la sangre: un fuerte vínculo del que los padres son especialmente responsables los primeros años (cuando los padres son ancianos les toca a los hijos vivificar y elevar por el amor lo que ya existe por la sangre).
Tan maltrecha está la figura paterna que los pobres niños ya no saben si son niños o niñas, si les gustan los niños o las niñas, si quieren que sus novios se cepillen a medio barrio o no.
Conviene recuperar la figura de los padres, dotarlos de la autoridad que les corresponde y que la ejerzan. Darles un criterio, si el suyo está demasiado deformado para ser válido.
Están en juego un montón de niños haciendo experimentos sentimentales que, en el mejor de los casos, los dejará solos y sin familia en el futuro. Lo que está en juego es que en una década el número de niños con disforia de género se multiplique por diez mil. Y aunque las locas de melena rosa y sobacos peludos –y la mayoría de los medios de izquierda y de derecha– lo vendan como un avance o como algo que debería gozar de absoluta normalidad, es un trastorno grave que desequilibra y desquicia al niño, mientras no consiga sanar y vivir su cuerpo, la sexualidad y el amor conforme a su naturaleza.
No sé dónde están los padres pero tienen que ser conscientes de que son insustituibles. Tan importantes y esenciales para la vida de sus hijos como el comer o el respirar, tan indispensables que cuando desaparecen los hijos empiezan a infligirse daño.