Quemar las universidades
Quien más jalea las críticas es el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada que quiere presentar al exsecretario de Organización del PSOE como la encarnación de Belcebú. Como si eso eximiera al resto de sus colegas de ninguna responsabilidad
El Rey visitó ayer la Universidad Alfonso X el Sabio en el trigésimo aniversario de esta institución educativa, la primera no confesional entre las universidades privadas españolas. Cuesta creerlo, pero lo cierto es que ha sido una pura casualidad que esto suceda en plena ofensiva del Gobierno contra las universidades privadas. La celebración del trigésimo aniversario de la institución creada por Jesús Núñez estaba fijada hace tiempo.
Pero coincidiendo con este aniversario el Gobierno ha generado la polémica sobre estas universidades para crear una cortina de humo que nos haga no hablar de Jessica y otras compañeras de mala vida sostenidas con nuestros impuestos. Y eso que, como Ábalos ya es un ángel caído, hay barra libre y contra él se puede decir de todo. Y quien más jalea las críticas es el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada que quiere presentar al exsecretario de Organización del PSOE como la encarnación de Belcebú. Como si eso eximiera al resto de sus colegas de ninguna responsabilidad.
El Gobierno estudia vías para cerrar universidades de pequeño tamaño. Debe ser que lo bueno es la educación masificada. Quizá lo que deberían preguntarse es por qué hay padres que se gastan decenas de miles de euros en pagar a sus hijos una carrera si se pueden permitir tener un título en la universidad pública por cifras simbólicas.
Creo tener en mi propia casa el ejemplo contrario a lo que sostiene el Gobierno. Tengo una hija que cumple 18 años este mismo mes y que quiere estudiar derecho y relaciones internacionales. A estas alturas ha hecho ya los exámenes previos en la Universidad San Pablo CEU y en ICADE. Ha sido admitida en ambas. Pero ella, que ha ido siempre a instituciones educativas privadas y religiosas —como también lo son esas dos universidades— ha decidido por sí misma que el programa que más le gusta es el de derecho y estudios internacionales de la Universidad Carlos III. Una universidad pública donde el único examen de ingreso que hay es el de la prueba de acceso a la Universidad. Como tiene un expediente académico brillante, estoy seguro de que acabará estudiando en la Carlos III, que no es la opción que a mí me gusta. Pero todo el mundo admite que el grado de derecho y estudios internacionales de esa Universidad es excepcionalmente bueno. Por eso la Carlos III puede «robar» alumnos a las grandes universidades privadas. Cosa que no muchas facultades de universidades públicas pueden hacer. Simplemente porque son peores.
En España la iniciativa privada ha creado grandes universidades de prestigio internacional: CEU, Comillas, Deusto, Navarra —donde yo estudié— o la IE University nacida de una escuela de negocios, un modelo educativo que «casi» ha sido inventado en España. Prácticamente el cincuenta por ciento de las universidades que hay en nuestro país son privadas. Y tienen muchos menos alumnos en total que la otra mitad de universidades de titularidad pública. Cambiar el reglamento de universidades para cerrar algunas es un absurdo. Las malas universidades acabarán cerrando por su propio desprestigio sin necesidad de que nadie las obligue a hacerlo. Y si su imagen pública se deteriora gravemente, tendrán que buscar la manera de reconducirse. Si hasta la Universidad Camilo José Cela ha sido capaz de superar el otorgar el doctorado a Pedro Sánchez por una tesis plagiada, es que todo puede reconducirse con esfuerzo. La solución no es quemar las universidades, por más cortina de humo que se generase para no hablar de la corrupción de este Gobierno.