Maltratadas de segunda
Todavía estamos esperando que el feminismo de cabecera vocifere con Alberto Fernández como hizo con un beso, impresentable pero no punible, de Rubiales a Hermoso
Alberto Fernández, expresidente argentino, es un ejemplar de la cultura woke, con todos los adornos inherentes a su condición: feminista de boquilla, demócrata con ínfulas de totalitario, aficionado a tachar de lawfare la investigación judicial contra las corrupciones de sus conmilitones, con un hijo drag queen que se define «no binario» y suele exhibirse en las redes sociales vestido de vedette, y defensor del colectivo LGTBI. En el «pack» del kirchnerista no podía faltar la indispensable dosis de hipocresía y cinismo de un pretendido líder de la lucha contra la violencia machista. Resulta que el tal Fernández ha sido pillado en un sucio y repugnante asunto de violencia contra su exmujer, Fabiola Sánchez, una periodista que le hizo padre con 63 años de un niño al que puso el nombre de Francisco en homenaje al Papa, y a la que convirtió en primera dama argentina. Después de calificarla de icono feminista, ahora se ha sabido, respetando como es obligado la presunción de inocencia que él se ha saltado en tantos casos, que el peronista hacía con ella justo lo contrario que exigía a los demás. Entre otras acusaciones que le hace su exmujer, está el que este dirigente defensor del aborto la obligó a abortar.
Hace pocos meses tuve la mala fortuna de coincidir con el expresidente en un plató de televisión. Afincado en España, le citaba la cadena para que comentara la pelea entre Pedro Sánchez y Javier Milei, su sucesor en la Casa Rosada argentina. No desperdició un segundo de la chapa que dio para vender a su colega, Pedro Sánchez, como un ejemplo de esforzado soldado contra la ultraderecha. Entre ponerse del lado de su nación, a cuya embajadora había echado el presidente español, y apoyar a un populista de izquierdas como él, que ha destrozado nuestra democracia, pues Fernández no dudó; es más, lo de venirse a vivir a España tiene que ver con el propósito –ahora frenado con su imputación– de convertirse en asesor de su admirado homólogo español. El monigote charlatán de Cristina, como le llaman en su país, estaba aquí para completar el equipo sanchista. Para que en Moncloa no falte de nada.
El tal Fernández, defensor del intervencionismo estatal y de las sociedades subvencionadas que luego te perpetúan en el poder con su voto, arruinó a los argentinos con un 170 por ciento de inflación –luego intentó colarles como candidato al ministro que consiguió tal hazaña y claro, prefirieron a Milei–, fue primero el chico de los recados de los Kirchner y después su heredero y cuenta entre sus grandes éxitos haber encerrado de forma férrea a los argentinos durante la pandemia mientras él era pillado celebrando en la residencia presidencial por todo lo alto una fiestorra de cumpleaños.
La víctima habla de maltrato, desprecio, golpes constantes, hostigamiento y exhibe fotos con su móvil en los que se aprecian las huellas de las agresiones. No hay que prejuzgar nada, porque todo está en manos del juez, pero aquí a la izquierda populista, que está intentando acabar con nuestro modelo cultural y de vida a base de torcer la voluntad de los ciudadanos con redes clientelares y con la imposición de un pensamiento woke artifical, se le vuelve a ver el plumero. Hablan, pontifican, piden revoluciones, acusan sin pruebas, y cuando ponen cada mañana el pie en el suelo tienen los peores comportamientos que dicen combatir. Todavía estamos esperando que el feminismo de cabecera vocifere como hizo con un beso, impresentable pero no punible, de Rubiales a Hermoso.
Ah, y si se enteran de cuándo es la manifestación convocada por Irene Montero contra el expresidente acusado de maltrato, háganmelo saber. Por favor.