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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La bala de plata de Puchi

Una vez que el huido regrese, Cataluña olvidará a Illa, a Sánchez y a Oriol y solo tendrá ojos para él, para el cobarde delincuente sobre el que ya solo pesa el delito de malversación que ha blanqueado el Gobierno con la amnistía

Actualizada 01:30

Un separatista con una amnistía tiene más peligro que un loco con un arma, y Puchi va a venir esta semana armado de impunidad hasta los dientes para exigir humillación y derecho de pernada. Después de que Pedro Sánchez depositara en ocho mil extremistas catalanes –los militantes de ERC–, la aniquilación de la solidaridad entre españoles, ahora le toca el turno a un descerebrado que vive en Bélgica y que se fugó en el maletero de un coche hace casi siete años. Por eso, solo le queda presentarse en Cataluña para ser detenido e interpelar así a los que por los pelos –2.847 votos en contra– aprobaron que Illa, al que los separatistas identifican con el artículo 155, sea presidente. Los ultras de Junts saben que el ministro del Covid y filonacionalista convencido se ha comprometido a cambio de los 20 votos de ERC no solo a quitar a los extremeños, canarios o riojanos el dinero para escuelas y cuidados sociales sino, sobre todo y esto es lo importante, a salvar del paro a los cuadros intermedios de Esquerra y a sus dirigentes fracasados. Porque a cambio de la investidura, el PSC mantendrá a decenas de parásitos separatistas, que veían peligrar sus nóminas públicas, para que no les falte butifarra en la nevera.

Pero, claro, de esto Puchi no trinca nada. Y no quiere quedarse con cara del que se tragó el cazo. Por eso le dijo a Sánchez que tenía que elegir entre su investidura y la de Salvador. Ahora que el presidente socialista cree que va a gozar de las dos, Puchi no tiene más remedio que recordarle que es mortal y que su vida en Moncloa y sus vacaciones en La Mareta –y las de su señora, la imputada Begoña –penden de un hilo. Y ese hilo lo maneja el fugado, que en pocas horas dejará de serlo. Porque preparen las palomitas para ver esta semana al lunático forajido en España, en una escena que repugnará a cualquier español de bien, provocando así su detención por Llarena. Él ya lo da por descontado. Estará unas semanas en la trena; poco tiempo porque Cándido tiene todo preparado en el TC para saltarse la costumbre de que en vacaciones no se trata ningún asunto capital para España y, con una reunión telemática, darle su amparo y limpiar de polvo y paja a Puchi. Como ha hecho con Chaves y Griñán. Se trata solo de restregar un poco más la toga –que ya es una aljofifa– por el lodo.

Una vez que el huido regrese, Cataluña olvidará a Illa, a Sánchez y a Oriol y solo tendrá ojos para él, para el cobarde delincuente sobre el que ya solo pesa el delito de malversación que ha blanqueado el Gobierno con la amnistía; pero, gracias al Supremo, no del todo, lo que permitirá mandarle un tiempecito a prisión. La convulsión está asegurada así que Pedro y Salvador ya pueden olvidarse de la investidura y todo volverá a la casilla de salida, allí donde la dejó Puigdemont en 2017. Los de Junts quieren devolver a las calles de Barcelona un clima de alzamiento popular. De nada habrá servido que el presidente se bajase los pantalones hasta los tobillos, de nada los indultos, la amnistía, la eliminación de la sedición, de nada vender a trozos la unidad fiscal de España. Sánchez, como auguró Churchill a otro iluminado, tendrá el deshonor y la guerra. Dos medallas más para su coleto.

Puigdemont vuelve con una sola bala, de plata, en la recámara, y la usará para vengarse de Pedro y Oriol. Pero ocurra lo que ocurra esta semana, el malo no es Puchi. O no solo él. El malo es quien lo restituyó del ostracismo, lo convirtió por siete monedas parlamentarias en el hacedor de la política de la cuarta economía del euro, quien no solo no usó la fiscalía para traerlo sino que la ha empleado para lavar casi todos sus delitos, aquel que negoció nuestra dignidad en un país extranjero y ante una foto de unas urnas falsas, el mismo que ha depositado la capacidad de que atiendan a nuestras familias en un hospital, en la voluntad de unos individuos que odian España y que solo quieren destruirla. Él es el malo de esta película de terror protagonizada por un actor de segunda que se va a pasear por las calles de nuestro país con su melena al vent.

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