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Pecados capitalesMayte Alcaraz

¿Y si fueran los Aznar?

Con la premura del cierre de la edición, confundí el nombre de los protagonistas. Donde dije Aznar quise decir Sánchez. Y donde nombré a Ana Botella debí escribir Begoña Gómez

Actualizada 01:30

Aznar toca con los nudillos la puerta del despacho de su mujer, Ana, donde está reunida con el empresario Juan Carlos Barrabés y con Manuel de la Rocha, secretario general de Asuntos Económicos. Quiere apoyar a su esposa en sus gestiones profesionales. De hecho, cree que se trata de una emprendedora estupenda, independiente y que debe ser animada a aportar todo su caudal profesional a la sociedad, tan necesitada de talento femenino. Es la segunda vez que el esposo se incorpora a la reunión, aunque Barrabés visita el palacete en un total de ocho ocasiones.

-¿Cómo estáis? ¿Os pido un café? Qué gusto verte, Juan Carlos. En cuando pueda te haré algún guiño en un discurso. Te lo mereces. Cuídame a Ana.

El exitoso negociante aragonés ha acudido al complejo presidencial para plantear un proyecto vinculado a los fondos europeos. Ana Botella y Barrabés son socios académicos y esa relación ha supuesto un antes y un después en la proyección del industrial puesto que está a punto de lograr al menos 44 contratos menores, sin pliego y adjudicados discrecionalmente. Es decir, adjudicaciones inferiores a 40.000 euros cuando son de obra o de 1.000 euros para suministros y servicios. Los tres proyectos que consigue Barrabés vienen de una empresa colaboradora con la Seguridad Social, el Ministerio de Defensa y un organismo dependiente de Industria. Todo público. La valía de Ana Botella lo merece.

La esposa del jefe del Gobierno cita en la sede de Presidencia, su hogar, y no acude a los despachos de sus empleadores porque a los servicios de seguridad no les gusta que la consorte se mueva por Madrid. Eso sostiene a su entorno. Así que la mujer de Aznar convierte en una costumbre lo de recibir en Moncloa. Por allí pasan su amigo Javier Hidalgo, consejero delegado de Globalia, empresa a la que el Estado rescató en pandemia, y Joaquín Goyache, rector de la Universidad Complutense. Total, la sede del rectorado y el palacio presidencial están muy cerca. Qué más le da al responsable de la Complu darse un paseíto.

Para eso le convoca la funcionaria, que pagan los españoles, al servicio de la pareja del presidente del Gobierno. ¿Quién se va a negar a responder a la llamada del poder?

El «tirón» que tiene la mujer de Aznar es tal que el rector acude como un corderito al despacho consorte. De allí sale con la decisión tomada de que Ana reciba una cátedra extraordinaria en la primera Universidad Pública. Sus amigos empresarios ya le han garantizado que dinero, habrá, y mucho. Lo de que la citada profesional no sea licenciada es peccata minuta. Nada que no puedan arreglar colocando a un codirector que sí cuente con los méritos académicos exigidos.

Pero un juez independiente ha recibido una querella e investiga a Ana por presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Incluso quiere tomar declaración al esposo, para que cuente qué pintaba él en los despachos donde su pareja hacía negocios. Los aludidos no desmienten el contenido de la denuncia. Solo el presidente, cuando no le queda más remedio, sentencia con ”no hay nada, no hay nada”. Desde el PSOE se exige que el Gobierno del PP no interfiera en una investigación judicial que es solo la punta del iceberg. Ferraz ya ha convocado una manifestación a las puertas de Génova para exigir la dimisión del presidente Aznar, cooperador necesario en el tráfico de influencias de su pareja. Los socialistas negocian con los grupos separatistas la presentación de una moción de censura contra el dirigente del PP al que ya llaman «corrupto» e «indecente» por permitir que una sede oficial se convierta en el epicentro de la actividad mercantil de su cónyuge.

Desde la sede socialista se ha amenazado con que «arderán las calles», al grito de «España necesita un Gobierno que no le mienta». Podemos ya ha llamado a «rodear el Congreso». Los sindicatos han convocado una huelga general «contra el fascismo que recorta nuestros derechos y roba a espuertas». La oposición ha censurado duramente que el Gobierno popular, como cortina de humo, esté preparando una ley llamada de regeneración democrática para meter en vereda a la Prensa que sigue publicando detalles escandalosos sobre el comportamiento de la pareja presidencial. Y, sobre todo, el PSOE está indignado porque se ponga en la picota a los jueces valientes que no se arredran ante los tejemanejes del matrimonio Aznar. En Génova a eso lo llaman «lawfare»; en Ferraz, justicia independiente.

PD: Con la premura del cierre de la edición, confundí el nombre de los protagonistas. Donde dije Aznar quise decir Sánchez. Y donde nombré a Ana Botella debí escribir Begoña Gómez. Por error puse PP, pero me refería al PSOE. Por lo demás, todo sirve. Ya me lo decía mi madre: las prisas son malas consejeras, hija.

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