El merecido órsay de Sánchez
Ya sabemos la tendencia del líder del PSOE a usar a los entrenadores como cleenex: su exmíster del Estudiantes Pepu Hernández puede escribir una enciclopedia al respecto tras ser usado y tirado como portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid
Cuando Pedro Sánchez nombró ministro de Deportes a Miquel Iceta, como cuota catalana, ya enseñó la patita de cuánto y para qué le interesa el deporte español. Y cuando mandó al CSD a José Manuel Franco, exsoldado del Gobierno en Madrid, o después al gris exministro Rodríguez Uribes, actual titular, no hizo más que confirmar que todo lo valora en función de los réditos personales y políticos que le reporte. Lleva el presidente socialista cierto tiempo menospreciando a la Selección española. Después de apoyar durante años como presidente de la Federación a su amigo Luis Rubiales –hijo de un exalcalde socialista de Motril–, con el que se mandaba mensajes de colega hasta hace bien poco, la cosa cambió cuando éste protagonizó un zafio comportamiento en el palco y besó inapropiadamente a la internacional Jenni Hermoso. Fue entonces cuando Su Persona dijo vade retro y sobreactuó para sumarse a la ola de «falso feminismo» que llevó a considerar a Rubiales casi un asesino en serie con el agravante de violador.
Mientras desvió dinero, se aprovechó económicamente de la Federación y montó fiestas vergonzosas en Salobreña, Rubiales era «uno de los nuestros». Después ya todo servía para mandarlo al cadalso, y con él al seleccionador, al que el equipo monclovita quiso echar porque cometió la torpeza de aplaudir el discurso exculpatorio del expresidente de la RFEF. La ínclita Yolanda, tercera de a bordo en el Gobierno, llegó a pedir el relevo de De la Fuente, al que le faltó llamar agresor sexual.
Ahora la ministra de Trabajo no tiene dónde meterse tras la cuarta Eurocopa. Ella, como el equipo de opinión sincronizada, ha desviado el tiro para apropiarse de una realidad que la sociedad española ha interiorizado con la máxima naturalidad: la diversidad de razas y procedencias de nuestros jugadores. Cuando estos progres gobernantes de pacotilla van, nosotros ya hemos vuelto hace años. De hecho, los ganadores del domingo lo hacen a pesar de los aliados de Sánchez que despotrican y se duelen de que jugadores vascos –a Oyarzábal le han llamado traidor en el pueblo vizcaíno de su madre– o catalanes participen en la gesta de España. Pero todo sea por la mezquindad de esta coalición de perdedores y, por cierto, de xenófobos. Ellos, sí.
Con la pesquis que le caracteriza, Su Sanchidad ni siquiera recibió al combinado español cuando ganó la Liga de Naciones en la final contra Croacia en Róterdam, el punto de partida de esta historia de éxito que hoy ha cristalizado en Berlín. Así que los internacionales se la juraron y no quisieron fotografiarse con él ni que bajara al vestuario en las visitas que hizo a Alemania, incluida la del día de la final. Los seleccionados saben diferenciar muy bien quien, como el Rey, les ha apoyado siempre, en toda circunstancia, con o sin Rubiales, sabiendo ver a un equipo fabuloso y esforzado por encima de las contingencias de sus dirigentes, y quien, como Pedro, solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena… que es lo mismo que cuando le renta algo en términos de imagen.
Sánchez lo sabía. El día de la final frente a Inglaterra ocupó un lugar secundario en el palco y como toda foto estelar consiguió hacerse un selfi con su pensionada Pilar Alegría. Así que, intuyendo lo que iba a ocurrir, mandó llamar a los hijos y familiares de los funcionarios del Palacio de la Moncloa, para que dieran un poco de calor al acto del lunes, cuando los seleccionados fueron arrastrados de las orejas a ver a Sánchez. Las caras de pocos amigos de los futbolistas –encabezados por ese gélido saludo de Carvajal al presidente– mientras escuchaban la sarta de lugares comunes que les dedicaba su anfitrión era un lienzo perfecto de la impostura del líder socialista, cuyos «cambios de opinión» solo los tragan ya aquellos a los que riega de sueldos públicos o subvenciones mediáticas. Los chicos de De la Fuente no le deben nada; si acaso, son sus acreedores.
Ya sabemos la tendencia del líder del PSOE a usar a los entrenadores como cleenex: su exmíster del Estudiantes Pepu Hernández puede escribir una enciclopedia al respecto tras ser usado y tirado como portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid. Pero para su desgracia, De la Fuente es un señor que no vive de las dádivas del régimen. Qué más hubiera querido Sánchez que haber podido mandar a don Alvarone a sacar al artífice de la victoria su expediente fiscal por ver si debía cinco euros a la Hacienda de Marisú Montero. Pero todavía hay terrenos –este es especialmente querido y sanador para los españoles– en los que Pedro no puede chapotear y dividirnos. El TC no es precisamente uno de ellos. Que se lo digan a Chaves y Griñán. Cada vez son menos los que se le resisten. Pero los hay.