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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Begoña, el rector y la desvergüenza

Del hermano de Alfonso traficando con influencias y cafelitos en un despachín en Sevilla a la mujer del presidente haciendo negocios personales en la sede presidencial hay una mejora sustanciosa

Actualizada 01:30

Rectorado de la Universidad Complutense. Mes de julio de 2020. La secretaria de la anónima ciudadana Begoña Gómez Fernández llama al rector de la primera Universidad pública española, la número164 en el ranking mundial según el informe de una consultora británica. Llama a Joaquín Goyache Goñi, a la sazón catedrático de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria. La interfecta, anónima señora, vive en el Palacio de La Moncloa, sede de la Presidencia del Gobierno de España. Tiene secretaria, despacho, asistente, escolta, coche oficial, pero es una ciudadana tan corriente como usted y yo. Así lo publicita y sostiene el Gobierno de España. Cuando suena el teléfono en el despacho del rector, sito en la avenida de Séneca, 2, de Madrid, no suena el de su gabinete, ni el de su secretaria, suena su móvil personal. ¿Por qué? Pues porque el teléfono personal del rector de la Complutense lo tiene todo el mundo. Lo afirmó él ante el juez Peinado hace cinco días. Todo el mundo, –dijo. Pueden buscarlo en sus agendas.

La ciudadana particular Gómez Fernández quiere ver al responsable de la Universidad pública madrileña. Él, seguro servidor, corre al Palacio unos días después. Solo tiene que recorrer un par de kilómetros. Literalmente hay un paseo ente los dos edificios. Allí es recibido por la parafernalia presidencial. La presión ambiental es fundamental. Los negocios de esta señora tan anónima se desarrollan en uno de los edificios más públicos de España, aunque no por eso sus entresijos sean los más publicados. De los chanchullos en la Delegación del Gobierno de Andalucía de Juan Guerra a esto: las artes han evolucionado favorablemente. Del hermano de Alfonso traficando con influencias y cafelitos en un despachín en Sevilla a la mujer del presidente haciendo negocios personales en la sede presidencial hay una mejora sustanciosa. El tiempo pasa y todo avanza: el progresismo 3.0.

Ese encuentro tan normal entre un rector universitario y la cónyuge de Pedro Sánchez se desarrolla por cauces profesionales. Ella, ya lo dijo su marido, es una gran profesional, y aprovecha que tiene delante a un hacedor de cátedras –curiosamente para alguien tan «normal» como Begoña las cátedras se fabrican a medida, no se ganan por méritos– para pedir que le monten una. No es licenciada –para qué–, no tiene estudios superiores –ni falta que hace–, no ha pisado un aula universitaria –qué pérdida de tiempo–, ni siquiera posee un máster prestigioso –vaya chorrada–, pero ha conseguido dinero para la creación de una cátedra de Transformación Social Competitiva y de un máster en esta materia, y así se lo hace saber al rector. Eso le cuenta él al juez Peinado cuando le pregunta. Tres meses después, la normalísima Begoña consigue su cátedra extraordinaria y el máster correspondiente. La particularísima ciudadana tiene la financiación necesaria de la Fundación La Caixa y de Reale Seguros. Algo que cualquier ciudadano consigue con solo chascar los dedos. Eso mismo lo lograría cualquier españolito si lo solicitase. ¡Cuántas cosas se pierden por no hablarlas!

Cuando llega de vuelta al Rectorado, Goyache pone el asunto en manos de los órganos competentes. Hay algún vicerrector que le advierte –el actual y el anterior han sido citados el próximo día 19 para que declaren en calidad de testigos– de que el dinero público, en contra de lo que dijo Carmen Calvo, sí es de alguien: es de todos y no de Begoña. Pero ella, en la mullida situación de su estatus, hace oídos sordos ante el silencio cómplice de los responsables universitarios: una vez que se firma el convenio con la UCM, la financiación es patrimonio de la Complutense, mas la abnegada profesional lo hace suyo junto con el software pagado por Google y dos empresas participadas por el Estado.

Cuando el juez pregunta al magnánimo señor Rector Magnífico, cómo debe ser tratado protocolariamente, si hay muchos otros casos en los que a una «directora» le tienen que colocar un codirector docente con licenciatura en la materia para camuflar la anomalía, el interrogado duda, pero termina contestando que del medio centenar de cátedras extraordinarias que tiene la Complutense solo existe una con esas peculiares características: la creada para la ciudadana normal Begoña Gómez.

Y ahora a los miles de licenciados y doctores de la Complutense quién nos compensa de este desafuero. Y de paso al resto de españoles que pagan –pagamos– al señor Rector Magnífico, que ya está tardando en dimitir.

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