Las García, las Begoñas y la desvergüenza
Una cosa es abrazar de boquilla la ayuda desinteresada a los más vulnerables y otra la satisfacción que da ver crecer los ceros en tu cuenta corriente sin más documento acreditativo que el libro de familia
Con esto del encenagamiento del Begoñagate no estamos reparando lo suficiente en las andanzas de una espabilada, casada con otra que tal baila y trinca, que apadrinada en el PSOE por otro compañero del metal llamado José Luis Ábalos, se ha llenado los bolsillos de dinero público con esto de los puntos violetas de ayuda a las víctimas de violencia sexual. Esta figura se llama Isabel García y es la directora general de las Mujeres -supongo que de las mujeres de izquierda, las únicas que existen para el régimen- de un Ministerio inútil donde los haya, apellidado de Igualdad. En dos años la mujer de García, que se llama Elisabeth García, ha facturado 250.000 euritos provenientes de las adjudicaciones de 64 contratos por parte de un puñado de Ayuntamientos madrileños y valencianos, la mayoría gobernados por el PSOE.
Las García tenían una empresa común de la que la dirigente socialista se distanció hasta quedarse solo con el 8% de las acciones para aparentar que el dinerito público que entraba en casa, con ella no iba. Pero sí que iba. Y tanto. Hasta el punto de que la directora de las Mujeres se lucró de un contrato en San Fernando de Henares el pasado 8 de marzo, cuando todavía era administradora única de esa tan rentable sociedad. A esas irregularidades del matrimonio García-García se une ahora una denuncia de la titular de otra empresa, amiga de ambas, que dice haber sido suplantada para simular que existía competencia en las contrataciones. Hay que reconocerles que no dejaron nada a la improvisación. Un detalle no menor es que esa empresa de la progresista García no tenía un solo empleado registrado y operaba con voluntarios y algunos de los correos desde donde partían los chanchullos era el suyo oficial. Todo para la buchaca.
Lo más divertido es que la ahora pillada con el carrito del helado feminista, evacuó consultas con la Oficina de Conflicto de Intereses, que depende de su propio Gobierno, para ver si vulneraba la ley de incompatibilidades. Y el citado departamento, que es el mismo que sentenció que Sánchez hizo bien en no inhibirse cuando el Consejo de Ministros rescató a Air Europa, cuyo jefe era amigo de su mujer, le dijo que sí, que hacía muy requetebién concediendo dinero público a espuertas a la empresa de su cónyuge. Y se quedó tan fresco. Es como si a mi madre le preguntan si su hija es la más guapa del barrio.
La directora general es una vieja enemiga de Irene Montero y del club de la tarta. Cuando la mujer de Iglesias salió del Ministerio y el PSOE recuperó la cartera en la persona de Ana Redondo, ésta designó a Isabel García, a la que los podemitas hicieron una campaña de acoso y derribo brutal acusándola de «tránsfoba» e incluso llevaron al Supremo su nombramiento. La hoy investigada cometió el delito de decir que «las mujeres trans no existen» y denunció el «lobby trans». No le faltaba razón, pero olvidó hablar de la industria del feminismo y de la violencia de género, chiringuitos de los que ella, por lo visto, sabe un poco. Sabe menos de formación académica y méritos porque todavía no conocemos cuáles son sus títulos. Ni una palabra en su CV. La ministra Redondo dice, sin sonrojo, que aún confía en ella. Una muestra más de que la corrupción tiene carta blanca en Ferraz y Moncloa. Si el chorizo es de los nuestros, pelillos a la mar.
Dejo para el final el argumento que ha utilizado la simpar Isabel para justificar que su pareja se haya hecho de oro a cuenta de los puntos violetas, esa sobreactuación podemita que intenta tapar su burricie para aminorar las terribles cifras de violencia de género. Dice la señora García que su consorte «tiene derecho a trabajar, a comer y vivir. Lo que no puede ser es que las parejas de las políticas y los políticos no tengan derecho a comer». Podría traer aquí los nombres de Ana Botella y del marido de Soraya Sáenz de Santamaría a los que se machacó por su actividad política y profesional, respectivamente, sin que se embolsaran ni un euro público. Pero no hace falta. Solo recordarle a la mujer de García, o a la de Sánchez, que fuera del tráfico de influencias y de sacar réditos personales del puesto del cónyuge hay vida. Por ejemplo, el voluntariado en el que tanto Begoña como García comenzaron. Lo que pasa es que una cosa es abrazar de boquilla la ayuda desinteresada a los más vulnerables y otra la satisfacción que da ver crecer los ceros en tu cuenta corriente sin más documento acreditativo que el libro de familia.