Novia de Sánchez a la fuga II
La complicidad de dos gobiernos, el de Sánchez y el de ERC, fue imprescindible para que el conejo con mocho saliera de la chistera de Waterloo, para volver a reírse de nuevo de España. Pasó la frontera, y nada
Lo de ayer no fue una película, ni divertido, ni maldita gracia tenía. Lo de ayer fue muy serio, dolorosamente serio: iba de democracia, de respeto, de reputación, de normas, de civilización. Un país que no sabe resolver sus problemas sin la mediación de un comisario europeo, que negocia en el extranjero con un forajido y que no ha sabido o querido detener a ese prófugo, no es un país respetable. Ayer los medios extranjeros no daban crédito. Nosotros tampoco. O sí y casi es peor concluir que el primer responsable es Pedro Sánchez, el presidente sin cuyo concurso nada de esto hubiera pasado.
La complicidad de dos gobiernos, el de Sánchez y el de ERC, fue imprescindible para que el conejo con mocho saliera de la chistera de Waterloo, para volver a reírse de nuevo de España. Pasó la frontera, y nada. Paseó por media Cataluña, y nada. Se subió a un estrado a arengar a sus menguadas masas, y tampoco. ¿Y por qué paso todo eso?: gracias a un pacto político, que ha conspirado contra un mandato judicial de obligado cumplimiento. Eso y solo eso explica este desastre mayúsculo. Visto lo visto, Grande-Marlaska debería haber sido destituido fulminantemente a media mañana, si no fuera porque quien lo tenía que hacer, su jefe, es el responsable de todo, el coreógrafo de la performance, a la que colaboraron los Mossos estableciendo una «operación jaula» inútil, cuando al loro lo habían tenido a mano para meterlo entre rejas una hora antes y no habían movido un dedo. Si acaso, para prestarle un coche para la huida. Puigdemont había preparado todo esto en los últimos días sin que nadie lo vigilara, ni CNI, ni Policía autonómica, ni nadie. Por tanto, lo normal es que se riera hasta de nuestra sombra. La orden era no molestarle demasiado, que diera su soflama y luego si acaso -si acaso- se le arrestaba, pero sin hostigarle demasiado. No fuera a enfadarse mucho.
Lo que pasó ayer en España solo puede soportarse si uno lo observa como una lejana distopía propia de una peli de catástrofes de la sobremesa, de esas que por improbable ayuda a conciliar la siesta. Lo que empezó el 1 de octubre de 2017 como una tragedia derivó en una farsa, aunque también trágica, muy trágica farsa. Las televisiones, los periódicos, las radios estuvieron entretenidos toda la mañana, con compañeros destacados en el centro de Barcelona, no para informar de los estragos de la sequía en Cataluña, o del desastre de las Rodalies ni para denunciar el cierre de quirófanos en la sanidad pública. No, no. La cuarta economía de Europa estuvo pendiente de un patán que, tras dar un golpe de Estado hace casi siete años, se escapó camuflado en un coche, se refugió en un país casi tan tonto como el nuestro, Bélgica, ha engañado a las instituciones europeas y conseguido finalmente resucitar gracias a un presidente del Gobierno que, a cambio de sus siete votos, ha borrado todos sus delitos y facilitado su vuelta. Hasta que un juez, último refugio del Estado de derecho, levantó el dedo e invocó su orden de detención restituyendo el principio de legalidad, porque ese magistrado no le debe el puesto, el despacho, la nómina y el coche oficial a un cobarde indeseable.
Pero frente a la Justicia, que es el último reducto de nuestra maltrecha democracia, ayer llegó el truco final: Puigdemont volvió, dio un mitin delante de un país entero y desapareció. La Policía autonómica hizo el más grande de los ridículos. En una maniobra de Mortadelo y Filemón se esfumó ante las mismísimas narices del Ministerio del Interior y de la Consejería catalana del ramo. Llarena fue el único que cumplió con su obligación: ordenó detenerle y le esperó para tomarle declaración, aunque la teniente fiscal ya estaba preparada para impedirlo. Pero en la España de Sánchez la desvergüenza no tiene límites. Los ciudadanos españoles ya saben que algunos pueden estar fuera de la ley. Son unos cuantos: la mujer y el hermano del presidente, los corruptos de los ERE, los terroristas de ETA y los delincuentes separatistas, con el esperpento de ayer a la cabeza. Los demás, a apechugar si son pillados.
Josep Tarradellas dijo aquello de que en política se podía hacer cualquier cosa, menos el ridículo. En otro tiempo, que un farsante que se cree un Tarradellas de pacotilla hubiera organizado este circo, después de 2.475 días huido de la Justicia, no sería ni planteable. Ahora es el Gobierno el que colabora en la insumisión a la Justicia. La llegada de un fantoche es el mejor broche, o el peor -que viene a ser lo mismo-, para este sexenio negro de Pedro Sánchez en el Gobierno de España. Sabemos que en Puchi, en este Novia a la fuga II, no hay nada: solo escenografía vacua e inane. Pero la dignidad de España tiene a su principal enemigo sentado al timón. A ver si ahora nos cuenta que lo que ocurrió ayer es la demostración de la pacificación, la concordia entre catalanes, la vuelta del senny. Y mientras Illa, de actor secundario del sainete, es ya el Molt Honorable que gestionará el cupo catalán. A ver cómo le explica Salvador a los de Castilla-La Mancha, Extremadura y Canarias que se quedan sin dinero para sus hospitales y becas en favor de las embajadas catalanas.