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Unas líneasEduardo de Rivas

¿Y para qué quiero yo un Lamborghini?

Por un error, Sánchez no pudo atacar a su archienemiga Ayuso y quedó como lo que es en realidad, un socialista receloso de que otros tengan lo que él no

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez ha vuelto con fuerza de las vacaciones. En una semana, ha colocado a un ministro como gobernador del Banco de España, ha convocado el Comité Federal del partido para purgar a los críticos y ha amenazado con nuevos impuestos. Pero también ha regresado un tanto torpe. Se ve que en la tumbona de La Mareta se está más a gusto que en el sillón de su despacho y que en un colchón islandés se duerme mejor que en el que ordenó comprar para Moncloa -por cierto, Pedro, va siendo hora de pensar en cambiarlo, que van seis años y la espalda se resiente de tu gobierno tanto como el país-.

Para el primer día, el comité de festejos preparó un acto a la medida de Sánchez. Pomposo, cargado de propaganda y rodeado de ministros, para transmitir el relato de que este año más que nunca el presidente tiene el apoyo de los suyos. La batalla en Moncloa se peleará en los juzgados, no en el Congreso, así que no está de más tratar de hacer ver que al frente hay una figura que se siente respaldada.

En cuanto a propaganda se refiere, el trabajo del gabinete de Presidencia es impecable. Incluso colocaron banderas de España por todos lados por si algún despistado todavía se piensa que Sánchez está trabajando por el bien del país y no por resquebrajarlo a merced del independentismo. Pero donde patinan los asesores es en el manejo de las palabras, tanto que le colocaron una trampa al presidente que, por suerte para él, ha pasado desapercibida.

«Más transporte público y menos lamborghinis». Alguien que controla bien poco de coches diseñó un eslogan que parecía un ataque a los ricos, pero que en realidad ocultaba un mensaje político. No tenía sentido que Sánchez atacara a una marca italiana que vende poco más de 40 coches al año en España y cuyos usuarios, por mucho que tengan dinero, no están en su punto de mira. Él quiere cepillarse a la clase media, no la alta, y lo conseguirá a base de impuestos. La frase que en realidad debió escribir quien redactó el discurso era «más transporte público y menos maseratis», en alusión al vehículo que conduce el novio de Isabel Díaz Ayuso.

Por culpa del error, Sánchez terminó su primer discurso sin atacar a su archienemiga y quedó como lo que es en realidad, un socialista receloso de que otros tengan lo que él no. Igual que Samuel L. Jackson se quejaba a su amo Leonardo Di Caprio en Django desencadenado porque Jamie Foxx, siendo negro, cabalgaba a riendas de un caballo. Porque aquel esclavo no quería progresar, sino que otros como él no estuvieran por encima. Como nuestro presidente, que pretende igualarnos a todos a la baja en lugar de trabajar por una España próspera en la que se vendan no 40 lamborghinis al año, sino 400. ¿Pero para qué quiero yo un Lamborghini? Si lo que quiero es que tú no lo tengas.

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