Vienen a por nosotros
El instinto animal del cada vez más débil y acorralado preboste lo vuelve más peligroso. Pero afortunadamente nuestro músculo democrático no va a romperse por los empellones de un sucedáneo de Maduro
El sueño de todo autócrata es amordazar a la prensa libre, sobre todo si es adversa a su satrapía. Pablo Iglesias, pintiparado en la materia, se dedicaba en sus inicios en las tertulias a catalogar a los periodistas con los que compartía plató. Era habitual que a los que no le mostrábamos excesiva afinidad nos espetara que no éramos libres porque estábamos esclavizados por nuestros explotadores jefes, que atendían solo al dinero y a los intereses de la derecha. Lo cierto es que diez años después algunos seguimos en esto con la misma libertad y sin rastro de cadenas, y él fue expulsado de la política y ahora regenta un pseudomedio vendido –el suyo sí– a un capitalista de izquierdas y separatista, ejerciendo el pseudoperiodismo más sectario que se despacha en España. Y mira que tiene competidores.
A la chita callando, a Iglesias le salió un discípulo que ha adoptado todas sus recetas: intervencionismo económico, ocupación de las instituciones por soldados a su servicio, anulación de la discrepancia en su partido, mentiras sobre un inventado acoso personal a su familia –antes era el chalé de Galapagar ahora es Begoña–, asedio a los jueces y a los periodistas bajo la acusación de que participan en la «máquina del fango» y, la medida estrella, silenciamiento de la prensa no adepta que pueda cuestionar las políticas del Sumo Líder. Así que el poder casi omnímodo que detenta Sánchez le ha permitido a este aspirante a autócrata vomitar un engendro legal para acabar con la prensa libre bajo la trapacera coartada –otra más– de que su plan malévolo es una simple aplicación de una normativa europea. Otro bulo que propagan los enviados de Sánchez, porque esa norma lleva en vigor desde 2020 (hace un año se actualizó) y no requiere de trasposición porque es de aplicación directa y además el espíritu de ese reglamento de Bruselas es justo el contrario del que promueve Moncloa.
Ya sé que a Pedro Sánchez le gustaría que Ferreras, Vallés, Ana Rosa o Pablo Motos –hay más ejemplos– solo existieran para hacerle a él entrevistas cuando tiene el agua al cuello como en julio del año pasado. A estos compañeros, el Sumo Líder les quiere perdonar la vida solo un rato, mientras le permiten vender su mercancía averiada. Después, ya pasan a formar parte de la fachosfera. Gracias a los compañeros de El Confidencial hemos sabido que en ello están, que hay una sabuesa en Ferraz dedicada a aplicar Pegasus a todo aquel plumilla o juez que osa cuestionar al que manda. Hasta están enredando con la línea editorial de la Sexta, ahora devenida –para rechifla general– en un brazo armado de la derecha, como sostuvo hace unos días Maduro. Este es el nivel del laboratorio de ideas de Santos Cerdán. Puro think tank caribeño.
Luego están los medios a los que ni un soplo de vida les ha concedido el sanchismo desde que desgraciadamente llegó a nuestras vidas. Uno de ellos es este en el que tengo el honor de escribir. Y hay otros más, como la Cope y 13TV. Pocos, pero resistentes. Medios a los que el presidente excluye de los viajes oficiales, sus ministros no dan la palabra, son vistos con recelo cada que vez que quieren recabar la versión oficial sobre un asunto y les niegan información pública y acceso equitativo a las fuentes. Pero tienen lectores, oyentes y telespectadores. Y ese es el drama del Gobierno. Porque si no tuvieran audiencia, ya les digo yo que les harían cero caso y no se habría elaborado una ley para controlarlos. Duelen porque importan.
El que este batiburrillo de normas no tenga ni pies ni cabeza no significa que no sea un peligro evidente para nuestro sistema de libertades. En el punto de mira están los sentimientos católicos de los españoles, el respeto al jefe del Estado y la investigación judicial y periodística de los enjuagues de la mujer de Sánchez. Ese es solo el objetivo. Porque si de verdad quisiera regenerar la democracia, Su Sanchidad tiene tarea para rato: puede convocar el debate del estado de la nación al que solo ha acudido una vez en seis años; dejar de meter las zarpas en las instituciones del Estado colocando a sus más dóciles peones; publicar los datos del dinero que las empresas públicas –Paradores, Correos, etc…– inyectan en publicidad institucional en portalitos amigos que viven exclusivamente de esas subvenciones; dejar de infiltrar amigos en los medios de comunicación públicos –e incluso en los privados, como ha contado David Alandete–; obedecer al Consejo de Transparencia y someter al CIS a los mínimos estándares de equidad y a la necesaria metodología profesional.
Ah. Y ayudaría también que no mintiera. Con eso habríamos avanzado en regeneración muchas zancadas. Pero no, ahora vendrán las listas de buenos y malos periodistas, los ministros se reunirán para evaluar el comportamiento de los tertulianos, la Agencia Tributaria colaborará en escrutar el peculio de los díscolos que no apoyan la labor mesiánica de Pedro. Es decir, vienen a por nosotros. El instinto animal del cada vez más débil y acorralado preboste lo vuelve más peligroso. Pero afortunadamente nuestro músculo democrático no va a romperse por los empellones de un sucedáneo de Maduro.