La ignominia del Mandela de la 'zeja'
Es mentira que los mediadores estén obligados a callar. Solo lo están los que trabajan a instancia de parte, y dedican 24 horas del día a blanquear a un matón con despacho oficial. Quién sabe a cambio de qué
El otro día tuve la suerte de hablar con Leopoldo López, un venezolano al que Nicolás Maduro metió en la terrible cárcel de Ramo Verde durante casi cuatro años. Me contaba el que fue alcalde de Chacao que una noche de 2016, mientras sobrevivía a oscuras en su celda, sin agua corriente ni electricidad, le vino a buscar un funcionario para conducirle a un encuentro con alguien «que había venido a verle». Cuando llegó en medio de la penumbra a una mugrienta sala carcelaria, se le apareció de entre las sombras un señor que conocía desde hacía años: José Luis Rodríguez Zapatero. El expresidente español no había acudido a Ramo Verde para apoyarle, ni para abrirle la puerta de la libertad. No, le pidió que hiciera un llamamiento para que la sociedad venezolana dejara de manifestarse en las calles contra el tirano. Como siempre, iba acompañado de su inseparable amiga, Delcy Rodríguez, y del alcalde caraqueño de entonces, el tercer Rodríguez, Jorge. El trío inseparable ya iba en comandita hace ocho años y no como embajadores del bien precisamente.
Como es natural, López no siguió los «consejos» zapateriles y siguió respaldando las manifestaciones antigubernamentales, que ya habían dejado un reguero de 43 asesinados por parte del régimen. Este facilitador, como se autodefinió hace unos días en el Ateneo de Madrid, ya «facilitaba» y mucho en aquel tiempo. Como ahora, «facilitaba» que la dictadura de Caracas lo tuviera fácil para seguir represaliando, hundiendo y desterrando a los ciudadanos. Tiempo después, Leopoldo pudo llegar a Madrid, vía embajada española, y el simpar Zapatero vende desde entonces que fue liberado de las garras de Maduro gracias a él. Abracadabrante.
Callado como un muerto —pese a que era observador internacional y, por tanto, es de suponer que algo ha observado— desde que el 28 de julio Maduro robara las elecciones a los venezolanos y al ganador, Edmundo González, ha roto su silencio para chapotear en la ignominia política. Primero porque sigue sin llamar dictadura a una dictadura y, después, porque en su delirio sitúa como una lucha de legitimidades lo que solo es la represión de un tirano sobre la población venezolana. Es mentira que los mediadores estén obligados a callar. Solo lo están los que trabajan a instancia de parte, y dedican 24 horas del día a blanquear a un matón con despacho oficial. Quién sabe a cambio de qué.
No son nuevas las ínfulas de grandeza del personaje. También levita sobre todos nosotros como si hubiera acabado con ETA cuando fue el presidente —hasta la llegada de Sánchez— que más concesiones hizo a la banda terrorista hasta el punto de que llegó a considerar a Arnaldo Otegi como «un hombre de paz». Todavía hoy va presumiendo ante quien le quiere oír que gracias a él la banda no sigue matando, despreciando la labor inmensa y con gran sacrificio personal que hicieron las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y las instituciones judiciales.
Ahora, el peor expresidente que tiene España —hasta que entre en el club el actual— se reivindica como el Mandela de la 'zeja', sin que haya movido un solo dedo para incomodar a la satrapía venezolana. Todo lo contrario, solo reaparece de las tinieblas para defender la equidistancia. ¿Qué hubiera dicho ZP si es Pinochet el que da un pucherazo, encarcela por cientos a los disidentes, lleva a la ruina a su país y extorsiona en territorio español al ganador de esos comicios con «presiones inenarrables y amenazas extremas», como ha contado en primera persona Edmundo González? Pero, claro, la de Caracas es una dictadura de izquierdas, ya saben, por el bien del pueblo. Es una narcodictadura, pero es «su» narcodictadura. A ver lo que tarda en mediar con los mexicanos para que perdonen la vida a España y a su Rey. Estamos a un cuarto de hora.