De cuatro días nada: mejor jornada laboral de media tarde
España es un despropósito económico, fiscal y laboral que dedica mucho tiempo a buscar fórmulas para hundirse del todo
Las bajas de larga duración han subido un 30 %. El absentismo laboral afecta, a diario, a 1.7 millones de trabajadores. Las horas trabajadas en 2023, entre todos, fueron inferiores a las de 2008. El elevado número de cotizantes no se traduce en puestos de trabajo reales y decentes. La productividad española está en niveles de hace 20 años.
El crecimiento del Producto Interior Bruto es un espejismo, derivado del brutal aumento del gasto público. La inversión extranjera ha menguado un 36 % en un lustro. El consumo y la inversión nacional también retroceden. Y la nómina a cargo del Estado, por pensiones, empleados públicos y subsidios de toda laya, alcanza ya los 350.000 millones de euros anuales.
Los impuestos al trabajo, que paga el empresario casi en su totalidad y no recibe el empleado, se han disparado al menos un 20 % desde 2018, en un clima ya de represión fiscal que entre pitos y flautas, confisca la mitad de los ingresos de cualquier trabajador español y nos sitúa hasta un 18 % por encima de la media europea en carga impositiva.
Por resumir el alud de datos horribles en una frase, el Gobierno es el dueño de un bar que presume de prosperidad, pero en realidad vive casi de un único comensal, que es él mismo.
El modelo económico implantado se dedica a empobrecer al trabajador, quitándole una parte monstruosa de su coste real; asfixiar a las empresas; dividir a la sociedad entre productores estresados y receptores perezosos y transformar la política fiscal en una mera herramienta de ingeniería social: a unos les ordeña sin compasión para garantizarse una recaudación onerosa; y a otros les da un vaso de leche para tenerlos contentos y consolidar su apoyo electoral.
Todo lo demás es filfa pedante, envuelta en una retórica agotadora de eufemismos estúpidos y vacíos: la transición ecológica es una excusa fiscal que ni transiciona a nada ni es ecológica, porque prescinde de la industria y se limita a convertir en normas los delirios e intereses de personajes como Teresa Ribera.
El «Estado social» es una coartada para legalizar el saqueo que, en nombre de «lo público», va a cargarse precisamente lo público, al anteponer las expectativas laborales y políticas de quienes lo dirigen o trabajan en él al servicio que prestan y su viabilidad futura.
Y el «nuevo modelo productivo» se convierte en la letra de una comparsa gaditana al transformarse, exclusivamente, en un refuerzo incesante del intervencionismo del Estado, una maquinaria clientelar ya incontrolable que usurpa el papel que en un ecosistema sano debe tener el individuo, el empresario y la sociedad en su conjunto: sin el Estado, en una versión decente y del tamaño justo, no puede funcionar una democracia próspera. Pero solo con el Estado, simplemente no existe la democracia.
Este es el contexto en el que, sorprendentemente, se libra el debate sobre la reducción de la jornada laboral, en horas e incluso días, en un zoco público donde a cada propuesta insensata se le añade otra todavía más iluminada, con políticos de todos los colores emulando esos concursos joveznos de sacarse la chorra a ver quién mea más lejos.
Nadie de la clase política, salvo excepciones difíciles de recordar, ha pagado una nómina en su vida, ha abierto un humilde comercio, ha trabajado como autónomo y a duras penas lo ha hecho siquiera por cuenta ajena: es como darle a un insumiso la jefatura del Ejército en una guerra en la que solo sirve de rehén o a un antitaurino la dirección de Las Ventas.
Mientras no entendamos que no existe trabajo de calidad sin empresas solventes y que el papel del Gobierno ha de ser molestar lo justo y quitarle a ese binomio la parte razonable, nada más y con las explicaciones oportunas, seguiremos creyendo la formidable majadería de que todo el mundo puede vivir del Estado, cuando es el Estado quien vive de todo el mundo. Y cada vez irán quedando menos idiotas con ganas o con capacidad de pagar la fiesta.