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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las cenizas del esplendor

'La generación del lujo y la indolencia' no abarca a todo Neguri, ni Las Arenas, ni Portugalete. Pero sí existió en los años setenta un sector social que la decadencia económica de sus familias provocó su acercamiento al PNV, y lo que es más grave, a la corriente de comprensión y simpatía por la ETA

Actualizada 01:30

Así se titula un interesante ensayo firmado por el escritor y marino bilbaíno Antonio Menchaca. El período de la confusión política y empresarial de muchas destacadas familias industriales de Guecho. Los nietos de quienes tanto hicieron despilfarraron la herencia, y creyeron que el milagro levantado a fuerza de sacrificios e inteligencia por sus abuelos, soportaba el nivel de vida de la que llamó Luis de Castresana 'la generación del lujo y la indolencia'. Muchas familias de Guecho mantuvieron el tesón de sus antepasados, pero otras tantas sucumbieron, convirtiéndose en las cenizas del viejo esplendor. Un esplendor que también brilló, más en Guecho que en ningún otro solar vascongado, gracias a los industriales e inversores extranjeros , los Lipperheide, los Babcock, los Smith, los Wicke, los Wakonigg –éste último, cónsul general de Austria en Bilbao, acusado de colaboración con el franquismo, y condenado a muerte, cuando su yerno Ortúzar era el máximo responsable de la Seguridad de «Euskadi», que así lo escribía Sabino Arana– los Delclaux, , los Offmeyer, los Roche, y etceterísima. 'La generación del lujo y la indolencia' no abarca a todo Neguri, ni Las Arenas, ni Portugalete. Pero sí existió en los años setenta un sector social que la decadencia económica de sus familias provocó su acercamiento al PNV, y lo que es más grave, a la corriente de comprensión y simpatía por la ETA. En todas partes cuecen habas.

En el resto de España, los partidos de la ultraizquierda –un sector del PSOE, el PCE, Podemos, Sumar y los guateques periféricos–, también buscan convertir en cenizas nuestras tradiciones y costumbres, nuestro viejo esplendor. He leído, aquí en El Debate, el estupendo trabajo de Almudena Martínez-Fornés acerca de la 'mala suerte' de los caballos del Palacio Real de Madrid. Esa mala suerte, ha determinado que se suspenda –dos años lleva suspendida–, la ceremonia más solemne, protocolaria, histórica y antigua de España. La entrega de las cartas credenciales de los nuevos embajadores extranjeros al Rey. Los embajadores, desde el palacio de Santa Cruz, llegaban a la plaza de la Armería , 'esplendor de las carrozas históricas', en dos berlinas construidas por Binder y Beckmann, tiradas por los caballos de las Reales Caballerizas. La primera, la ocupaba el embajador que se acreditaba ante El Rey, acompañado por el Introductor de Embajadores, y la segunda los altos cargos de la embajada que se presentaba. Después de recibir los honores de la Guardia Real, a pie o a caballo, tenía lugar la presentación de credenciales en un salón de Palacio. La República suspendió la ceremonia por considerarla 'monárquica'. Y ahora, por culpa de Patrimonio y del Ministerio de Asuntos Exteriores, lleva dos años sin celebrarse porque algunos caballos se han puesto malitos. Esa ceremonia, que es cultura y tradición, resulta infinitamente más brillante y atractiva que el cambio de la guardia del palacio de Buckingham, por la belleza y brillantez de la austeridad. Y los embajadores que a España llegan, no olvidan jamás esos minutos de esplendor y estética. La primera impresión de nuestra patria.

Poco instruido estoy con referencia a la actual presidenta del Patrimonio Nacional, doña Ana de la Cueva. Lo que está claro es que no le interesan los caballos ni los avances veterinarios. Y el ministro Albares, 'Napoleonchu', es conocido, por su sectarismo y su incapacidad para dominar sus desequilibrios emocionales y profesionales. Es un bajito con una decidida vocación de ser alto, y esa particularidad le impide pensar en otras cosas, que para eso es ministro.

Lo que está claro es que esta gente confunde el esplendor con el revanchismo, que es, simultáneamente, una revancha contra ellos mismos. La Historia y las tradiciones, la solemnidad, la estética de los siglos, no se pueden ocultar en una nación en la que tanto abundan. Hay que llamar a otro veterinario, o pedirle al ministro Albares, que entrene un poco, que se fortalezca, y en caso necesario, con el fin de recuperar el honor encarcelado de nuestros esplendores, sustituya al caballo enfermo y tire de la carroza de los embajadores. Al menos, desde Santa Cruz al Palacio Real, que es cuesta abajo.

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