Leones furiosos
Se acordó desmantelar el Safari-Park. Los animales fueron ofrecidos a diferentes zoológicos. Éstos aceptaron las jirafas, al elefante, algunos antílopes, un rinoceronte que comía de la mano de los visitantes... pero nadie quería leones
Se acordó desmantelar el Safari-Park. Los animales fueron ofrecidos a diferentes parques zoológicos. Éstos aceptaron las jirafas, al elefante, algunos antílopes, un rinoceronte que comía de la mano de los visitantes hasta que un visitante salió volando por los aires, y rechazaron los leones. Nadie quería leones. No por su peligro, sino por su abundancia.
Los propietarios del Safari-Park no sabían qué hacer con los leones. Encajaron a los monos, al hipopótamo, las jirafas, los orix, los impala, a Tomás y Jiménez. Tomás era el rinoceronte y Jiménez, el elefante, que enviudó de su elefanta y se movía por la planicie toledana con tristeza infinita. Pero de los leones, nadie quería saber nada. En vista de ello, decidieron organizar, a modo de safari, su cacería.
En Madrid estaba de moda, como en Marbella, una discoteca decorada al estilo zulú. Se llamaba el 'Mau Mau'. Sus porteros eran dos gigantes, negros como los teléfonos de pared de la posguerra, y muy amables. También el guardacoches era negro. Los dueños del Safari-Park les ofrecieron una importante cantidad de dinero a cambio de su participación en los safaris. Los tres aceptaron el ofrecimiento. En la discoteca contrataron a otros porteros y guardacoches, y no hubo problemas en la transferencia de cargos oficiales. Sam, Gregor y Ahmed se hicieron cargo de los safaris, con un cazador blanco, Ategorrieta, de Hernani, y una parte de la vieja guardería. La caza de los furiosos leones de Toledo tenía un precio. 60.000 euros por cada ejemplar, y 100.000 si se consideraba 'trofeo'. El mejor león 'Simba', con una enorme melena negra fue el primero que se contrató. Los porteros y guardacoches del 'Mau Mau' fueron vestidos a la usanza zulú con algún toque masái. Y unas zapatillas Adidas porque no estaban acostumbrados a correr descalzos. Cada uno portaba una lanza.
El comprador fue un famoso médico. Las dehesas no desentonan con el dibujo del 'veldt' africano, y las encinas, podían interpretarse fácilmente como baobads. Ategorrieta, el 'White Hunter', instruyó al cliente. «Vamos a rodear aquella pequeña loma. Ahí se ha visto por última vez al peligroso león. Sam y Gregor irán delante, siguiendo sus huellas, y nosotros les seguiremos a prudente distancia, porque 'Simba' es un león salvaje que ya ha probado la carne humana. El doctor temblaba.
Efectivamente, bajo una encina dormitaba el peligroso león.
Ategorrieta recomendó al cliente que aprovechara el momento y pulsara el gatillo del rifle. –Todo menos que despierte, y cargue contra nosotros–. El cliente estuvo de acuerdo. Se parapetó entre unas pegajosas jaras, metió al león en la mira, y disparó. El león no cayó porque ya estaba caído, en pleno sueño. Pero rugió con extrañeza y enfado. Murió a los pocos segundos. Abrazos y bailes masái con las lanzas. Con sumo cuidado se acercaron a la fiera. Se trataba de un león formidable, un trofeo digno de ser disecado por el mejor taxidermista. Faltaba la foto.
Arrastraron a 'Simba' a un claro. Sonriente, con el rifle en la mano derecha, arrodillado ante su león, sonreía el cliente. También con su rifle, Ategorrieta. Y los tres pisteadores, que habían recibido una importante gratificación, mostraban su orgullo. Un guarda de la finca les hizo la fotografía, que se publicó en las revistas especializadas y fue motivo de insuperable cachondeo.
El grupo humano salió perfecto en la foto. Y el león. Y el paisaje de la dehesa toledana que pretendía pasar por una zona de Tanzania. Pero al guarda se le olvidó reducir la panorámica. Al fondo, nevado, no lucía el Kilimanjaro. Pero se advertía a la perfección la cumbre del Almanzor, techo de Gredos.
El médico no volvió a su consulta. Ategorrieta contrató a nueve clientes más para eliminar a los restante nueve leones que quedaban en el Safari, seis de ellos, hembras. Y la fotografía está a disposición de quien tenga la curiosidad de analizarla.
El león de Toledo con Ávila al fondo.