Lecciones deontológicas que dan risa
Se han acordado de que en Twitter hay desinformación cuando el dueño es de derechas y trumpista, antes, cuando era «progresista», les daba igual
La red social Twitter nació en el verano de 2006 en San Francisco, obra de un grupo de jóvenes pioneros digitales. La idea de la plataforma era muy sencilla: permitía subir comentarios (tuits) con un tope de 180 caracteres y réplicas y reenvíos de mensajes. Se admitía además que los autores, ciudadanos particulares que publicaban gratis, escribiesen bajo seudónimo si así lo deseaban. El éxito fue inmediato y en 2019 ya contaba 330 millones de seguidores, que ahora son 354 millones. Es por lo tanto una plataforma influyente, aunque no tanto como a veces creemos, pues respiramos en un planeta de 8.000 millones de almas.
Twitter, rebautizada como X por Elon Musk, no me gusta nada; ni antes ni ahora. Tengo una cuenta por imperativo profesional, pero apenas la miro y la alimento poco, porque me desagrada la impunidad que tolera la plataforma para insultar y difamar gratuitamente y porque veta el razonamiento en serio, porque las ideas mínimamente profundas no caben en dos frases. Todo se queda en eslóganes resultones (o a veces puras burradas). Es la cancha perfecta para el populismo, el insulto y la intransigencia. Todo agravado muchas veces por la cobardía del anonimato.
Desde los años ochenta del siglo pasado he trabajado en los periódicos, organizaciones que actúan bajo un marco legal bien definido. En caso de burlarlo, los periodistas y la cabecera han de responder en tribunales si reciben una denuncia. Pero en Twitter/X eso apenas sucede. La realidad es que el editor de la plataforma vive en el otro confín del mundo, no se responsabiliza de lo que publica y se vuelve dificilísimo sacar adelante una denuncia en defensa de tu honor. Resultado: en la práctica impera casi la barra libre para despellejar al prójimo. La jungla. Pero Twitter siempre ha sido así… y sin queja alguna durante años por parte del mal llamado «progresismo».
¿Por qué se le permitía a Twitter albergar todo tipo de burradas sin mayores lamentos? Pues porque sus mandamases eran del correcto credo «progresista» (al igual que los de Google y Meta). Jack Dorsey, uno de los fundadores de Twitter y su CEO, era donante de candidatos del Partido Demócrata y acabó expulsando a Trump de la red.
Pero en octubre de 2022, va y resulta que Elon Musk compra Twitter. Se produce entonces un hecho muy poco común entre los magnates digitales: el personaje es -¡horror!- de derechas. Incluso le gusta Trump, pasa a apoyarlo y acaba entrando en su Gobierno. Y entonces la izquierda y el nacionalismo quedabien, entonan de inmediato aquella vieja tonada de Raphael: «¡Es-cán-da-lo, es un es-cán-da-lo!». Descubren espantadísimo que X (Twitter) es «una plataforma de desinformación» y deciden darse de baja impostando una gran dignidad ofendida, empezando por el periódico laborista The Guardian. Han tardado 18 años en enterarse de que en la red de mensajes existe mucha mugre y solo se han percatado cuando ya no entona la correcta melodía de la izquierda.
No quiero ser malo –o sí–, pero se me escapa una sonrisilla sardónica al ver que en España el comité de los ofendidos por el Twitter de Musk lo encabeza la vieja dama de la prensa catalana. Me da la risa al observar a esa casa dando lecciones de deontología periodística. Hablamos de la noble cabecera que en 2009 firmó un lamentable editorial conjunto de todos los periódicos catalanes haciéndole el caldo gordo al nacionalismo y tendiendo la alfombra de bienvenida para la crecida independentista. Hablamos de la muy deontológica cabecera que en 2017, el año del golpe separatista, trincó 5,5 millones de las administraciones públicas, según un informe de la Universidad Autónoma, la Oficina Antifraude y el Colegio de Periodistas de Cataluña. O la que en 2022 recibió del Gobierno de ERC la suma de 2,6 millones (que se elevaron a cinco para el conjunto de su grupo mediático).
Con lo estupendos que se han puesto con Elon Musk y Twitter, damos por descontando que siguiendo con este gran rapto deontológico la noble dama catalana nos anunciará en breve que renuncia a todas las subvenciones del Gobierno catalán, para no caer tampoco ahí en la «desinformación», y que se da de baja además del océano de Google, donde circula exactamente el mismo material que en X (o más).
En fin… Hay lecciones de deontología periodística que son como si Ábalos y Koldo escribiese un manual de 'Ética en la Polis Cívica', o como si los Ramones grabasen un disco de gregoriano.