El odio asesino a la emoción
Don Pedro destacó por su firmeza y valentía en la prisión-checa de San Antón. Su fe indesmayable, que hoy se traduce en su inminente proclamación como Mártir y Beato de la Iglesia Católica
Hoy, 28 de noviembre, tengo por costumbre recordar a mi abuelo, don Pedro Muñoz-Seca, asesinado por el odio en Paracuellos del Jarama este mismo día de 1936. Pero mi aportación va a ser modesta. Ya he escrito y descrito en muchas ocasiones los detalles de aquel genocidio organizado y cumplido por los socialistas y comunistas. Don Pedro destacó por su firmeza y valentía en la prisión-checa de San Antón. Su fe indesmayable, que hoy se traduce en su inminente proclamación como Mártir y Beato de la Iglesia Católica. Su simpatía arrolladora y su última carta a su mujer, Asunción, madre de sus nueve hijos, entre ellos mi madre, todos ya reunidos en el Misterio.
A última hora de la tarde del 27 de noviembre, a don Pedro le comunicaron la posibilidad de un «traslado» en la mañana siguiente. Se confesó con el padre don Tomás Ruiz del Rey, que sería asesinado a su lado, el penúltimo y último de la saca que cerraba los crímenes del día. Y se encerró en su celda para escribir, ya en la madrugada del 28, su carta de despedida a su mujer, que resumo en sus párrafos fundamentales. «Queridísima Asunción: Sigo muy bien. Cuando recibas estos renglones estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todo. No te olvides de mi madre. Procura que Pepe mi hermano me sustituya en los deberes para con ella, y tú dile cuando la veas que su recuerdo ha estado siempre conmigo. Nada tengo que encargarte para los niños. Sé que todos ellos, imitándome, cumplirán siempre con su deber, y serán para ti, como yo he sido con mis padres, un modelo. De eso es de lo único que puedo vanagloriarme. Siento proporcionarte el disgusto de esta separación, pero si todos debemos sufrir por la salvación de España, y ésta es la parte que me ha correspondido, benditos sean estos sufrimientos. Te escribo muy deprisa, porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos y para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu…Pedro. 28 de noviembre. Posdata: Como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas».
Al abandonar la checa camino del autobús de la muerte, le arrebataron el abrigo que llevaba al brazo, el reloj, y el miliciano 'Dinamita' le arrancó de un tirón la cadena que llevaba en el cuello con la medalla de la Virgen de los Milagros, la Patrona del Puerto de Santa María. Un miliciano bondadoso, recogió la medalla del suelo, y aprovechando un descuido de 'Dinamita' se la introdujo entre sus manos, ya atadas con un alambre que le hirió hasta los huesos de sus muñecas. Con la medalla de la Virgen fue amontonado entre otros cadáveres en la fosa común correspondiente a aquel día.
Vicente Alberti, hermano de Rafael Alberti, y gran amigo de la familia, que se había interesado con persistencia por la situación de don Pedro, recibió, al fin, el 28 de noviembre por la noche, la llamada de su hermano Rafael. «Vicente, deja de dar la murga por Perico Muñoz-Seca. Hoy por la mañana lo hemos matado».
Rafael Alberti y María Teresa León, habían ocupado el palacete de los condes de Heredia-Spínola, en el número 7 de la calle del Marqués del Duero, y allí organizaban sus saraos. El 28 de noviembre, por la tarde, la fiesta fue de tronío, con botellas de 'Champagne', vodka y caviar revolucionario soviético. Informó de la fiesta Eduardo de Guzmán en El Heraldo de Madrid, y lo recuerda Julio Merino en su libro «El Viacrucis de los Escritores Españoles», editado por JM, Córdoba, en 2017. La fiesta del 28 de noviembre se celebró en honor de las Brigadas Internacionales, y los tres invitados especiales fueron el Embajador de la URSS , Illiá Ehrenburg, y el Gran Comisario de Stalin en Madrid, Mihail Koltsov. También asistieron el General soviético Kléber, el húngaro Maté Zalka «Lukacs» y el dirigente comunista francés André Marty. Y Alberti leyó su poema a las «Brigadas Internacionales»
Llegó tarde Santiago Carrillo. Todavía estaban sentados en la mesa. Carrillo se acercó a Alberti y le dijo algo al oído. Entonces, el poeta de El Puerto, pidió silencio e hizo uso de la palabra.
«Señoras y señores, compañeros, camaradas. Mi joven amigo Santiago Carrillo, nuestro delegado de Orden Público y Seguridad, me comunica que hoy ha muerto uno de nuestros mayores enemigos, el católico, monárquico y fascista Pedro Muñoz-Seca. ¡Son gajes de la Guerra!....¡Donde las dan las toman! Ahora dirán que somos unos asesinos, ¿ y ellos? ¿Qué son ellos? Con una diferencia. Que ellos sabrán donde cayó y fue enterrado su escritor, y nosotros ignoramos donde reposan los huesos del nuestro (Federico García Lorca). Pero nosotros venceremos, más ahora que están con nosotros los Internacionales, porque la Razón y el Derecho están de nuestra parte… ¡Tampoco pierde mucho el teatro! ¡Viva la República, viva Rusia y viva Stalin».
Del odio a la emoción. El jovencísimo (17 años) Cayetano Luca de Tena escribió una Tercera de ABC de las últimas horas de don Pedro, con el título 'Recuerdo de Don Pedro Muñoz-Seca'. Merece la pena su lectura:
"Le habían obligado a afeitarse el bigote, aquel bigote velazqueño que le definía, que le indentificaba. Algún refinado torturador le había impuesto aquel castigo absurdo que sólo pesaba sobre él, ya que a los demás se nos permitían barbas, bigotes y pelambreras crecidas en una cautividad desprovista de los servicios más elementales. Estábamos en el colegio de San Antón, 'en prisión provisional', 'donde no se toleran grupos de más de uno', como decía el famoso miliciano 'Dinamita' mientras nos empujaba con la culata del fusil en el reducido patio en el que intentábamos estirar las piernas.
Para un jovencito, casi un adolescente como era yo en aquel otoño de 1936, don Pedro Muñoz-Seca era un personaje fabuloso. Yo había leído y visto representar sus comedias. Hasta había interpretado alguna en un grupo de aficionados. Pensaba que aquel hombre popular, nimbado por el éxito, sería un ser prácticamente inaccesible. Pero era simpático, afable, sonriente y acogedor. Mi hermano y yo nos agregábamos a la tertulia que presidía por las mañanas en un rincón del patio donde, de vez en cuando, entraba un rayo de sol casi vertical. Oíamos a aquella gente, aquellos señores mayores que nosotros, con un respeto y una devoción de catecúmenos.
Siempre lo vi sereno, sonriente, optimista. Yo no sé lo que le iría por dentro. La verdad es que nuestras vidas, en aquellos días, valían poca cosa. Pero, quizá por su fama, se sentía obligado a mostrar un semblante risueño a todos los que se le acercaban pidiéndole opinión. Y su actitud tonificaba a muchos de aquellos hombres lógicamente temerosos, aquellos hombres que cada noche esperaban la lista fatal, la lista que les haría salir hacia un terrible destino. Don Pedro Muñoz-Seca oponía la broma y la sonrisa a cualquier rumor esparcido por la prisión. Contaba historias divertidas. Anticipaba fragmentos de lo que pensaba escribir cuando aquello acabara. Y daba ejemplo de limpieza y corrección en un clima donde la incomodidad invitaba al abandono y el desaliño. Tenía –lujo increíble en aquellas circunstancias–, dos abrigos, uno azul y otro beige, que usaba por igual. Se cubría con una boina azul, y su estampa tenía algo que alegraba el corazón. Era la imagen de un caballero al antiguo estilo, cortés, bienhumorado, paciente, y lleno de fe, una fe contagiosa, irresistible.
Don Pedro organizó un servicio voluntario que se reunía todas las mañanas en un pequeño comedor. Allí, sobre las mesas de mármol se extendían las lentejas que íbamos limpiando poco a poco de su ganga original. Era un trabajo minucioso que no impedía la conversación, en la que don Pedro brillaba con sus anécdotas y con su modo inimitable de contarlas. Era un andaluz genuino y tenía ese don misterioso para las comparaciones que distingue a la gente del sur. Los andaluces no hacen chistes. Se limitan a unir en una frase dos materias muy distintas que hacen explosión al entrar en contacto.
Pero lo que recuerdo sobre todo son unas lágrimas que vi correr por el rostro de don Pedro Muñoz-Seca, y que son la última imagen que guardo de nuestra breve amistad en la cárcel de San Antón. Fue la noche del 27 de noviembre de aquel año de 1936. Mi nombre y el de mi hermano habían sonado en una lista de traslado en la que no se especificaba – naturalmente–, el lugar de destino. Reunimos nuestras pocas pertenencias. Una manta, una cuchara y un plato de hojalata. Ropa, solamente teníamos la puesta. Nadie quería dejarse arrastrar por la protesta o el llanto. No hubiera servido de nada.
Nos reunieron a los expedicionarios en un lugar próximo a la entrada. Y de pronto, filtrándose no se sabe cómo a través de puertas, centinelas y controles, aparecieron don Pedro y Julián Cortés-Cavanillas para despedirnos. Don Pedro no decía nada, no podía. Yo creo que alguno de sus hijos podría tener, tal vez, mi misma edad. Quizá viera en mis pocos años un símbolo de la juventud que moría generosamente en aquellas horas terribles. El caso es que don Pedro me abrazó llorando, y que en aquel instante era mi amigo, y era mi familia, y era, aún más, un ser al que yo respetaba y admiraba, un hombre importante y famoso que se echaba a llorar por mí, un muchacho cualquiera de 17 años que iba a la muerte sin darse cuenta del todo.
Mi expedición, nadie sabe por qué, llegó a la cárcel de Alcalá después de una larga detención en el cruce de Paracuellos. Alguien nos salvó. Pero don Pedro, que salió de San Antón pocas horas después, no tuvo tanta suerte. Y he ido al cementerio de Paracuellos a rezar por él, y a darle las gracias por aquellas lágrimas que derramó por mí. Cayetano Luca de Tena".
Del odio asesino a la emoción y la gratitud. Me quedo con la segunda opción, hoy 28 de noviembre de 2024.