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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Juanola Montero

Creíamos que habíamos tocado fondo con Marisú y resulta que su última aportación a la pedagogía moderna ha sido contarnos lo que no es el concierto catalán, falacia que le ha tenido que corregir hasta su compañero Borrell

Actualizada 01:30

Todavía me acuerdo cuando Pedro Sánchez nos dijo, con esa vocación adanista que le adorna, que con el Ministerio de Igualdad de su nuevo Consejo de «Ministras» las mujeres empezaríamos a visualizar por primera vez que éramos iguales a los hombres. Nuestra vida se acercaría a la arcadia feliz. Hoy, seis años y medio después de ese discurso promisorio, solo se ha cumplido una cosa: tenemos Ministerio de Igualdad, primero bajo la dirección de Podemos y de la Irene Montero de nuestras entretelas y ahora con una titular socialista, Ana Redondo, a la que acaban de quitar de la ejecutiva socialista, que grita e insulta mucho en el Congreso; pero eso no debe ser odio, sino moralina contra los fachas.

Pero conviene hacerse una pregunta. Si ese Ministerio traduce su habilidad legisladora en dos bodrios como la ley del 'solo sí es sí' o la de paridad, que ha estado a punto de poner en la calle a cientos de trabajadores porque este Ministerio se equivocó reformando un texto anterior; si la ley trans tiene un agujero tan gordo por el que se cuelan indeseables que maltratan a las mujeres y luego se autodeterminan como féminas para no pagar por sus delitos; y si las agresiones machistas siguen en ascenso, una curiosidad: ¿para qué sirve ese Ministerio que nos cuesta todos los años 525 millones? Y esto no es odio, de verdad, solo una duda sin resolver de una mujer que no ha entrado en el paraíso feminista podemita y tampoco oposita a ser admitida.

Lo que ocurre en el Gobierno de Pedro Sánchez, y especialmente en este inútil Ministerio, es corrupción técnica. Esta izquierda legisla con la empanada mental con la que piensa. Porque todo está emponzoñado por la ideología. Por ejemplo, respecto al consentimiento que decían las Montero-Belarra que iban a poner por delante de cualquier consideración en la ley fallida lo cierto es que la consecuencia directa fue que cientos de violadores vieran aminoradas sus penas en la cárcel.

Nos dijeron que con la abracadabrante ley trans se iban a profundizar en los derechos de las personas con problemas de identidad sexual y el resultado ha sido que ahora existe un coladero para que maltratadores súbitamente se autoconsideren mujeres y eviten penas mayores. Y finalmente, esto de la ley de paridad dejó sin cobertura a trabajadores que solicitan permisos por cuidados familiares. Es decir, todo es un caos de ideas y un desorden absoluto de conceptos y de prioridades morales, que no se resuelve porque el PSOE en su congreso haya quitado una letra y un signo al colectivo. Por no hablar de la ley de amnistía que, como ha dicho el Supremo, es una retahíla de patinazos legislativos y penales sin más argamasa que el deseo del presidente de que un prófugo que votó su amnistía vuelva libre de polvo y paja a España.

Y luego lo más sorprendente es que el Gobierno tiene la desfachatez de arremeter contra los jueces porque —dice— no aplican su caótica producción legislativa y no traducen bien el espíritu de sus leyes, las mismas que no entienden ni ellos. Es como cuando le pidieron a María Jesús Montero que explicara en una rueda de prensa el descuadre de ingresos y gastos en los presupuestos y ella lo hizo con unas pastillas de «Ricola» —los ingresos— que solo se pueden gastar en pastillas «Juanola», dijo, mientras enseñaba la caja de caramelos. Creíamos que habíamos tocado fondo con Marisú y sus juanolas y resulta que su última aportación a la pedagogía moderna ha sido contarnos lo que no es el concierto catalán, falacia que le ha tenido que corregir hasta su compañero Borrell. En estas manos estamos: entre Juanola Montero y Ricola Redondo. La primera, además, acumula cada vez más poder a medida que más pelotea a Begoña Gómez y más esquilma el bolsillo de las clases medias. El feminismo.

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