La cajera Irene
El Poder Judicial no puede señalar al juez Velasco por repasar la biografía de una indocumentada
El CGPJ, que a veces suena solemne y otras a partido político de pedanía, va a mirar si el juez Eloy Velasco ha cometido algún exceso punible por decir que Irene Montero no puede enseñar de justicia a los jueces, como nadie puede adiestrar a Noé en diluvios o en bourbon a Jack Daniels.
La obviedad proferida por el magistrado solo merecería una reflexión para desasnar a quienes duden de que, efectivamente, una socióloga con el único antecedente laboral de una efímera presencia en una caja de un hipermercado no es la mejor para sentar cátedra sobre algo más allá de la oferta del día en la carnicería, una dignísima ocupación que al parecer avergüenza a la condesa de Galapagar, que es quien de verdad ofende a un gremio encomiable por renegar de él.
Pero la gente normal entiende perfectamente que Eloy Velasco sabe más de leyes, de juicios, de condenas y de absoluciones. Y también de los resquicios por donde se cuelan los malos, en compañía de sus finos abogados, para aprovecharse de legisladores con el mismo prestigio y conocimientos en la materia que un mono con escopeta como tirador olímpico.
El problema no es que un juez diga la verdad, sino que haya sido ministra y legisladora cualquiera y que, ante la evidencia de sus patinazos sectarios, nadie la rectifique por temor a perder el apoyo de sus infantiles compañeros de pupitre.
Montero impulsó una ley que elevaba la gravedad del delito de piropo y aminoraba la pena para violadores y pederastas. Y persistió en su error cuando le dijeron que esas iban a ser las consecuencias de su negligencia feminoide: su única reacción fue llamar fachas y machistas a los jueces, y exigirles un cursillo de reeducación feminista para entender sus vanguardistas deposiciones, primas hermanas de esas otras que han consagrado el «sexo sentido» como opción alternativa al tratamiento psiquiátrico que merece el despropósito de llamarte Paco, tener la pinta de Paco, gustarte las mismas cosas que a Paco, pero querer poner en el DNI que eres una mujer.
Todo ello inspirado en la misma ideología estúpida que considera imprescindible reeducar a todo hombre blanco, católico, occidental y heterosexual, poseído genéticamente por peligrosas e incurables fobias, pero trata de seres de luz a quienes sí portan tal vez algunas de esas taras para que no les llamen racistas.
El CGPJ ha perdido la oportunidad de hacer algo de pedagogía y decir que, pese a la rudeza del juez, tenía más razón que un santo y Montero es, sí o sí, una indocumentada con ínfulas temerarias, culpable de que 1.400 delincuentes sexuales hayan visto reducidas sus condenas, con ella de abogada defensora con el respaldo del Coro Rociero que un día dirigió el Ministerio de Igualdad y acuñó los términos de «suicidio ampliado» o «madre coraje» para describir a las asesinas de sus propios hijos.
El error del Consejo General no tendrá más recorrido, pues las posibilidades de que Velasco acabe expedientado son las mismas que las de que Puigdemont estrene el año cantando «Asturias, patria querida».
Pero sienta un precedente inquietante sobre su resistencia a pulsos mayores, que hasta ahora parecía asegurada gracias al freno a los magistrados pumpidistas levantado por los magistrados de verdad y su solvente presidenta, Isabel Perelló.
Por ejemplo, cuando Pedro Sánchez intente boicotear la petición de suplicatorio del Tribunal Supremo al Congreso: hasta ayer teníamos claro que lucharía por defender la separación de poderes, pero si se acochina en tablas por una nimiedad con una hiperventilada, nos empieza a entrar la duda. Si te bajas los pantalones una vez, luego cuesta volver a ponerlos en la cintura. Y en ese caso, todos estaríamos perdidos.