En el año 2025
La debilidad del actual presidente es la que fortalece a sus costaleros. Por tanto, cuanto más débil sea Sánchez más se nutren los parásitos que le apoyan, más trincan, y, por tanto, menos intenciones tienen de dejarlo caer
Estrenamos año. El octavo de la era Sánchez. Llegó con una moción de censura basada en una sentencia dopada para servir de pretexto y poder sacar del poder a un presidente elegido democráticamente. Se estrenó negando pruebas irrefutables de que había copiado su tesis doctoral y desde ahí ha ido transitando por los meandros más inmorales de la política, hasta llegar a la peor de las corrupciones, pactar con un prófugo de la justicia de su país y cambiar a presos sanguinarios por votos para sus leyes en el Congreso. Esa es la era del Sánchez que ha escalado a la ignominia, rodeado de media familia imputada por sucios asuntos económicos y con su fiscal general, el suyo, el que depende de él, investigado por usar datos protegidos de la pareja de una rival política para alimentar así la presidencial obsesión contra ella.
Y aquí estamos. Debutamos en 2025 y la degradación institucional y política de nuestro país sigue cobrando posiciones. En la calle, en las cenas familiares, en los encuentros entre amigos, ya solo se oye una pregunta: «¿Cuánto va a durar esta terrible situación?» Y no existe respuesta. Los Gobiernos en los sistemas parlamentarios acaban cuando sus mayorías dejan de apoyarlos o hay una alternativa aritmética suficiente. Y estamos en un círculo vicioso. La debilidad del actual presidente es la que fortalece a sus costaleros. Por tanto, cuanto más débil sea Sánchez más se nutren los parásitos que le apoyan, más trincan, y, por tanto, menos intenciones tienen de dejarlo caer. Es una mera cuestión de supervivencia. Él vive porque los demás no quieren perder el chollo de vivir mejor, sin riesgo y sin esfuerzo. Ni Puigdemont ni el PNV le apretarán hasta asfixiarle porque la pela es la pela. Y esta está garantizada si un ser sin escrúpulos gobierna en Moncloa.
Pero es que luego hay una oposición, llamada a ser la alternativa, que sigue sin dar con la tecla de audacia y proyecto de país que ilusione a más de media España y anda perdida en el laberinto de sus complejos. Esa España huérfana se debate entre abandonar toda esperanza ante el infierno de Dante, digo de Sánchez, o seguir yendo a votar a ver si, por casualidad, PP y Vox dejan de tirarse los trastos a la cabeza y consiguen por fin mandar al desván de la historia a Sánchez y sus cómplices, para que allí puedan regodearse de haber exhumado a Franco, su único triunfo en casi siete años. Un éxito logrado contra un cadáver. No han dado para más.
Mientras tanto, la España que madruga y trabaja sigue endeudada, con dificultades para llegar a final de mes y viendo cómo estamos a niveles de Bulgaria en pobreza infantil y exclusión social, mientras los jefes sindicales se reúnen con un forajido y la ministra de Trabajo edulcora las cifras de paro en España con la misma fruición con que aplica mechas en su pelo todos los meses. Esos españolitos que van de su corazón a sus asuntos ya ni siquiera se hablan con el vecino o con el cuñado, porque este Gobierno los ha enfrentado y los ha inoculado el odio como oxígeno para seguir vivos.
Soñar con la remota posibilidad de que Sánchez disuelva las cámaras y convoque elecciones este 2025 es vivir en la indigencia política. Lo digo por el PP. Eso solo sucederá si el presidente ve una rendija de oportunidad para apoltronarse otros cuatro años más. El calvario judicial le apretará, pero nunca le ahogará mientras cunda entre sus votantes la falaz especie de que las causas abiertas contra su mujer, hermano y fiscal son parte de una campaña orquestada por jueces y periodistas para echar a un presidente de izquierdas, al que la fachosfera niega su legitimidad.
Además, asistiremos al indisimulado intento del sanchismo de acabar con la Monarquía parlamentaria a base de tenderle celadas, de situarle en tesituras absurdas, como la de pretender que presida actos contra Franco; por ejemplo, el pergeñado el 8 de enero, cuando el Rey tiene que recibir las credenciales de los embajadores. Las patologías de Sánchez intentan tumbar en el diván a Felipe VI.
Y entre Franco, los eventos sobre la vivienda —como si el problema de la vivienda se arreglara con eventos— o las peleas por la inmigración —sin darle soluciones con luces largas—, ocuparán los titulares de este año que hoy empezamos a deshojar. Con Puigdemont cogobernando España desde Waterloo.
Que Dios reparta suerte en 2025. Muy feliz año.