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Desde la almenaAna Samboal

Dame pan y llámame bobo

Pero no se puede vivir eternamente de espaldas al sentido común, en una economía intervenida en la que el que crea el problema se erige como adalid de la solución mientras la sufrida víctima paga los platos rotos

Actualizada 01:30

¡Qué detallazo! ¡Qué agradecidos debemos estar! ¡Albricias! Nuestro gobierno de ultraizquierda y su socio de ultraderecha se ponen de nuevo de acuerdo para hacer gala de nuevo de su sensibilidad hacia los sufridos ciudadanos y, en un alarde de infinita generosidad, seguirán subvencionando nuestros viajes. El abono transportes rebajado al 40 %, la tarjeta de diez viajes al 50 %, la Renfe gratis. Ya podemos dormir de nuevo a pierna suelta. Incluso aquellos que, hace una semana, antes de la votación que ya se presumía fallida del decreto, se apresuraron a cargar sus tarjetas de transporte para poner a resguardo un puñadito de euros. Respiren aliviados, podremos seguir haciendo el trayecto al curro cada día a mitad de coste. Al menos unos cuantos meses. ¡Qué gran tomadura de pelo!

De tertulia en tertulia, de bar en bar, la pérdida de las «ayudas» al transporte o la suspensión de la revalorización de las pensiones para adecuarlas a la inflación han protagonizado la conversación y el debate público. Y, sin embargo, lo que en realidad ha ocurrido es que el Congreso ha propinado un nuevo varapalo a un gobierno extremadamente frágil. No tiene presupuestos que financien sus decisiones políticas y es incapaz de sacar adelante una nueva iniciativa si no es sometiéndose al chantaje de un fugado de la Justicia que, paso a paso, humillándole, le conduce hacia el final de un callejón sin salida. Y lo peor es que la factura de cada una de sus pretendidas cesiones corre de nuestra cuenta.

Nos rasgamos las vestiduras si no nos pagan el autobús. Y, sin embargo, no es más que una supuesta dádiva, que financiamos ampliamente pagando impuestos confiscatorios, por la que se supone que tendríamos que estar agradecidos. Ese expolio, a diferencia de la paguita del abono transporte, no parece preocupar a nadie. La subida del IVA y del IRPF, computando únicamente el efecto de la inflación, está dejando a rebosar las arcas de Hacienda. ¿Y si en vez de subvencionarme el transporte, deja mi dinero en mi bolsillo para que sea yo la que decida viajar como me venga en gana?

Otro tanto ocurre con la vivienda. Pagamos, en concepto de tasas e impuestos, en torno a un diez por ciento del valor. Y, sin embargo, prefieren darnos una casa, para recibir el retorno en votos, antes que perderse la onerosa recaudación por cada compraventa. ¡Y qué decir de los desahucios! En vez de garantizar el derecho a la propiedad de ciudadanos, empresas o fondos de inversión, mantienen paralizados los lanzamientos y, a cambio, se comprometen a compensar con un seguro al que le caiga en mala suerte un okupa. Por supuesto, el aval se carga también a nuestra cuenta, que el fisco es rico.

El disparate aguanta. De momento. Pero no se puede vivir eternamente de espaldas al sentido común, en una economía intervenida en la que el que crea el problema se erige como adalid de la solución mientras la sufrida víctima paga los platos rotos. Y, para colmo, pretenden que les demos las gracias.

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