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Desde la almenaAna Samboal

Ladran, luego cabalgamos

Diez años después de su ascenso al trono, Felipe VI impone el poder blando de la Corona, aplastando la atronadora contienda política que ha denunciado en su discurso de Nochebuena

Actualizada 01:30

Sonrisas frente a malas caras y rechazo, abrazos frente a soberbia y altanería, respeto y escucha frente a censuras y muros, humildad y manos tendidas frente a órdenes tajantes. Diez años después de su ascenso al trono, Felipe VI impone el poder blando de la Corona, aplastando la atronadora contienda política que ha denunciado en su discurso de Nochebuena. Sin perder ni un ápice de firmeza, ateniéndose de forma escrupulosa a la letra y el espíritu de la Constitución a la que apela de forma recurrente, que reposaba sobre la mesa de Carlos III. Si el discurso ante el golpe secesionista en Cataluña fue el que le ganó la adhesión de los ciudadanos con un mínimo sentido de lo que debe ser la lealtad al Estado, a la Ley, a las normas de convivencia que nos hemos dado y rigen nuestra vida en común; la cercanía de los Reyes a los damnificados por la Dana, soliviantados con razón al sentirse olvidados por las administraciones e instituciones, ha llegado a los corazones.

Habrá quien se queje de que el Rey no ha echado la bronca a ese gobierno que ha decidido ejercer de espaldas e incluso contra la mitad de los españoles. Y no faltará el que eche de menos algún capón a la oposición por no ceñirse a las directrices que dicta la estrafalaria mayoría parlamentaria, aunque esa sea precisamente la labor por la que les pagan. No es su función. Tampoco la contundencia que otros reclaman en un mensaje de Navidad. Y no parece propio de su carácter.

En su discurso, el monarca ha apelado a la serenidad, al dialogo, a la búsqueda del bien común de forma reiterada. Nada que él mismo, junto a la reina, no hayan practicado durante la última década. Nada que no pudieran rubricar una inmensa mayoría de ciudadanos. Su mensaje no está hecho de palabras, escritas en Zarzuela, pero supervisadas y apostilladas por la Moncloa, donde no se olvidaron de meter la morcilla con la frase de rigor que obsesiona al presidente, la de lo bien que -a su juicio- va la economía. Su mensaje se lee entre líneas, en cada gesto, en cada sonrisa, en las manos tendidas. La prueba es que los Reyes y sus hijas pueden salir a la calle, Pedro Sánchez no. Y, aunque el CIS ya no pregunte por ellos, no cabe duda de que con su actitud están ganando la partida a todos aquellos que han trabajado con denuedo por mandarles a Abu Dabi. No hay mas que ver la bilis que destilan sus respuestas al mensaje de Navidad.

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