Omertá
No tardó en sufrir el mismo desprecio en sus propias carnes. El gobierno y el PSOE son los primeros que le condenan, forzándole a abandonar precipitadamente la afiliación al partido y el grupo parlamentario
Buscar en Idealista un chalet para las vacaciones de verano del ministro y contactar con el intermediario que debe comprarlo para tenerlo disponible en presunto régimen de alquiler con opción de compra; hacerse cargo durante tres años, total o parcialmente, de los casi 3.000 euros mensuales que costaba el piso de la supuesta novia del susodicho, llevarle al aeropuerto a deshoras para atender visitas ilegales de personajes extranjeros u organizarle comidas en las marisquerías. Esas eran las funciones que desempeñaba Koldo García, según él mismo va contando. Más allá de que en su road show por platós y redacciones diga o no la verdad, lo que cabe preguntarse es si esa debe ser la labor del asesor de un ministro del gobierno de España por la que percibía de los Presupuestos Generales del Estado, es decir, de nuestros impuestos, seis mil euros al mes. Tareas como las que describe son propias, en el mejor de los casos, de un buen amigo, si no de un tonto útil, pero en ningún caso de un asesor pagado con fondos públicos.
Koldo ha emergido de las sombras para intentar lavar la cara al que fue su jefe y al resto de los miembros del Consejo de Ministros que mantuvieron relaciones con él. Incluido al que hoy se refiere como el señor presidente, al que antaño aludía con una familiaridad propia de personas que han vivido mucho juntas: «¡serás cabrón —le decía ante Víctor De Aldama—!» O es un hombre extremadamente leal o tiene probablemente mucho más que perder si la investigación prosigue. O quizá mucho que ganar si asume la responsabilidad de los hechos bajo la lupa judicial. Solo era un asesor, no firmaba órdenes ejecutivas. Koldo niega un pacto expreso con Ábalos o el PSOE. Pero para eso están los abogados que uno contrata.
El problema para Koldo, ése que hoy no era más que uno de los cientos de asesores que trabajan para el Ejecutivo de Pedro Sánchez, es que estaba condenado ante la opinión pública. En el centro de la diana le puso el hombre al que hoy parece querer proteger. José Luis Ábalos es el primero que reniega de él en los pasillos del Congreso en las horas posteriores al registro de su vivienda. Esa en la que había 35.000 euros, 10.000 más de lo que él creía. Cualquiera hubiera incurrido en la misma confusión —entiéndase la ironía—, ¡¿qué son 10.000 euros más o menos para un hombre que va por ahí pagando las facturas de los amigos?! A Ábalos, sin embargo, debió parecerle más importante, porque, inmediatamente después de su detención, declaró públicamente que le había bloqueado en el móvil.
No tardó en sufrir el mismo desprecio en sus propias carnes. El gobierno y el PSOE son los primeros que le condenan, forzándole a abandonar precipitadamente la afiliación al partido y el grupo parlamentario. Ahora parecen arrepentidos. Hoy, Pilar Alegría se refiere a él con respeto en la sala de prensa del Consejo de Ministros. El antaño apestado es de nuevo el «señor Ábalos». De Delcy, ni hablamos, que solo vino a repostar. Se impone la ley del silencio en Ferraz. Quizá, sabiendo con quiénes se las gastan, demasiado tarde para salvar el barco del naufragio.