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HorizonteRamón Pérez-Maura

Septiembre 5

Ver cómo se cubre una información de televisión con rollos de celuloide y buscando en un mapa de papel la ubicación de un aeropuerto puede parecer a las nuevas generaciones tan antiguo como me resultaba a mí oír hablar de la Primera Guerra Mundial

Actualizada 09:30

Hoy se estrena en las salas de cine en España Septiembre 5, para mí una de las mejores películas sobre periodismo que he visto en mi vida. Y créanme si les digo que he visto unas cuantas. No es un filme de aventuras, ni de fuertes emociones, porque a una mínima cultura que se tenga, casi cualquiera sabe lo que ocurrió allí y, por tanto, cómo acabó la tragedia de los Juegos de la XX Olimpiada en Múnich, año de 1972.

Pero esta película trata más bien de la intrahistoria de lo sucedido aquel día. Ese ataque terrorista fue el primero que retransmitió en directo una cadena de televisión. Ver cómo se cubre una información con rollos de celuloide y buscando en un mapa de papel la ubicación de un aeropuerto puede parecer a las nuevas generaciones tan antiguo como me resultaba a mí oír hablar de la Primera Guerra Mundial. Pero es muy revelador para comprobar cómo ha evolucionado el ejercicio del periodismo desde el punto de vista técnico.

Lo que no ha cambiado nada son las cuestiones éticas que se plantean a quienes están en directo cubriendo una información, máxime cuando tiene la magnitud de un ataque terrorista a gran escala. Algo que entonces era un fenómeno casi desconocido. Había muchos antecedentes de ataques terroristas contra personalidades. Asesinatos perpetrados con éxito o fallidos. Pero un atentado contra deportistas cometido por un comando terrorista era algo prácticamente inédito. Con el agravante de que las víctimas eran judíos en territorio alemán menos de treinta años después de que se apagaran las cámaras de gas.

La mayor parte de la película, que tiene la razonable duración de 90 minutos, transcurre en los estudios de la cadena de televisión norteamericana ABC en Múnich donde se disponían a abordar una aburrida jornada olímpica de halterofilia y algún otro deporte menor. Entonces los reporteros deportivos empiezan a oír tiros y salen a comprobar, a ojo, lo que está ocurriendo. Tan pronto como comunican a sus estudios centrales lo que está sucediendo se abre una disputa entre la redacción central y los enviados especiales: los corresponsales políticos del otro lado del Atlántico dicen que son ellos quienes tienen que informar y no unos reporteros que están a unos metros del ataque terrorista. Y la razón que se aduce es que esos reporteros se dedican a informar de deportes y no de terrorismo.

En verdad, un periodista lo es frente a cualquier información que surja ante él. Por eso a mí me pareció normal que la noche del 23F José María García informara del golpe de Estado en su horario deportivo. Por cierto, uno de esos reporteros deportivos que estaba en Múnich en primera fila se llamaba Peter Jennings y llegaría a ser el director y presentador en solitario de ABC World News Tonight desde 1983 hasta su muerte en 2005.

Y la otra gran cuestión que aborda la película —hay varias, aunque no tan trascendentes— es la de dar información sin confirmar, no contrastada. La urgencia por dar una exclusiva y evitar que te la pisen. Esa cuestión está también narrada de forma magistral y cualquier periodista se ha visto enfrentado a ese tipo de duda multitud de veces.

Creo que la película fue acogida con enorme entusiasmo por la práctica totalidad de quienes asistimos al pase privado organizado por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Lo que tiene un valor añadido por ser prácticamente todos periodistas, un público con un cierto conocimiento de lo que allí se plantea. Solo un veterano colega radiofónico comentó después que es una película muy mala porque en la vida real los periodistas son malas personas y los que salían ahí eran todos buenos. Ya lo dice el refranero popular: cree el ladrón que todos son de su condición.

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