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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Péinate, que viene gente

Existen políticos que van por la vida sin peinarse el alma. Todos por fuera muy atildaditos, pero desde mi perspectiva y con tantos años de experiencia se les vislumbra por dentro la fatuidad a pulso

Actualizada 16:01

-¡Péinate, que viene gente! Ordenaba mi madre. Pocas veces obedecía. Escribía poemas como una desgreñada posesa. Garabateaba en los cuadernos porque era la única manera de convertirme en una irreal. Nunca soporté el exceso de realidad combativa en aquella isla espantosa.

—¡Oyeeee, cómo tienes hoy la «pasión», en crisis de los misiles!— se burlaba mi vecina Anisia de mis pobres remolinos en la frente y en el centro del moroco. Hoy escribo en cubano puro, perdonen, ustedes sabrán, ya que el cubano es el español enchumbado de las saladas playas caribeñas, canela y la uva del azúcar que cantaba Juanito Valderrama en aquellos portentosos cantes de ida y vuelta.

Sí, encendida de pasión consecuente con aquellos versos inocentones, que en nada anunciaban lo que hasta a mí misma todavía me desconcierta, que mucho más tarde tendría que dedicarme a rogarle a otros que se peinaran un poco, que se desenredasen los nudos de pelo en las sienes, en las nucas, con sumo cuidado, con la paciencia necesaria, que apechuguen en consecuencia con sus consciencias...

Existen políticos que van por la vida sin peinarse el alma. Todos por fuera muy atildaditos, pero desde mi perspectiva y con tantos años de experiencia se les vislumbra por dentro la fatuidad a pulso. Para colmo, copian y cobran como si fueran los proveedores de los argumentos originales. La gente sabe que no lo son, que más bien sobreactúan una extravagante singularidad que les queda holgada, grande; aunque, insisto, al popolo qué le importará semejante nimiedad, esa bobería escudriñadora, esa manía mía de notar el defectico antes que los otros.

De modo, que se ha puesto de moda criticar a Elon Musk, a JD Vance, a Donald Trump, y a Santiago Abascal, tras el éxito que están demostrando; a este último después de su extraordinario discurso en la CPAC, evento recién celebrado en Washington. El discurso de Abascal no sólo fue perfecto, además colocó en órbita a unos cuantos, que andan bastante perdidos por los celajes del que llega último barre mejor. De ahí que sean esos los que se han molestado e intenten, mediante voceros afines que no se acaban de peinar las pelambreras, no porque anden concentrados en algún verso indócil, sino porque la envidia les corroe, y el tilín tilín resulta un sonido seductor al caer en alguna alcancía. Ah, el resquemor, para nadie es un secreto que la envidia y la tiña son primas hermanas del resentimiento.

Soy de las que piensa que las críticas resultan muy saludables, me preocupo cuando no las recibo, enseguida me cuestiono: ¿qué estaré haciendo mal? Solamente cuando triunfas, cuando haces las cosas bien hechas, es que la gente se dedica a despellejar, a enlodar, a inocular a los otros de esa pócima que, aunque se la unte a pinceladas en el cráneo, termina siempre por despelusarle las entrañas. Si esa gente pudiera estudiarse y darse cuenta del ridículo que hace, alguna mecha salvaría.

Me explico, no sigo a personas, sino a ideas. Me interesan las ideas que defienden a Occidente, dentro de Occidente a España. Me interesa la gente que enfrenta de una manera audaz, interna y universal, al autoritarismo, a los totalitarismos, y de manera más particular al comunismo. Me intereso en la gente valiente, mucho más cuando esa gente proviene de un barrio, de un pueblo improbable. De modo que, por eso visité Amurrio, conocí a la madre de Santiago Abascal, a una de sus hermanas. Tenía la intención de saber más acerca de ese «chico de Amurrio» que tan lejos ha llegado y probablemente todavía le quede camino, corto o largo, pero llegará, porque ya ha llegado bastante. Porque un destino es un destino.

Abascal ha ido a la CPAC como va siempre a todas partes, lo mismo a un pueblito español que a la capital de la primera potencia mundial, con la verdad en la mano, poniendo a España por delante y por encima, a Occidente como cultura y civilización; eso a mí me cuadra mucho. El que no lo vea es porque alguna boronilla le empolva las pupilas o el peróxido le enturbia el cerebro, quizá lleve un turullo de pelo amarrado en las entendederas. Abascal defiende la libertad frente a la Agenda 2030, defiende con su Vox a los campesinos, a los que nos dan de comer, defiende la vida, hasta ahora no le veo fallo en ese sentido, el sentido que yo defiendo. No como otros, que se entregan al primer dictador de turno y cuyo objetivo primordial es cumplir a cabalidad con lo que la Unión Soviética Europea impone.

Vox va por el mundo, como decimos los «hablaneros» (gracias, Guillermo Cabrera Infante) con melena suelta y carretera, a los estrictos jueces una hebra del moñingo se les ha anudado cual una bufanda alrededor de la lengua, semejante a aquella que ahogó a la gran Isadora Duncan. Sigan creyendo que Úrsula baila descalza como Isadora, que el picadillo halal es carne y, péinense o háganse el croquinol.

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