Totalitarismo
La lucha de clases y el triunfo del proletariado, unos, y la raza y la supremacía de los arios y los pueblos germánicos, el otro. Pero esto es secundario
La serie de conversaciones del presidente del Gobierno sobre el aumento del gasto en Defensa, a través de una extraña asociación de ideas, me ha llevado a reflexionar sobre el totalitarismo. Tal vez algo haya tenido que ver la exclusión del Parlamento (no salían las cuentas), la inclusión de comunistas (natural, ya que están en el Gobierno), separatistas nacionalistas (le apoyaron en la investidura y suelen hacerlo en el Parlamento) y Bildu (partido fundado por terroristas y dirigido por algunos de ellos). En suma, Bildu, sí, pero VOX, no. Nacionalismo, socialismo y comunismo resulta algo inquietante.
El totalitarismo es la única ideología nacida en el siglo XX. Solo hay dos ejemplos: el comunismo y el nazismo. Los demás pueden ser dictaduras, tiranías, despotismos, pero no totalitarismo. Por ejemplo, ni la España de Franco ni la Italia fascista fueron regímenes totalitarios. Entre otros muchos trabajos, se encuentra el excelente libro de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, especialmente sus dos últimos capítulos.
Los dos totalitarismos difieren en la idea. La lucha de clases y el triunfo del proletariado, unos, y la raza y la supremacía de los arios y los pueblos germánicos, el otro. Pero esto es secundario. Lo que instauran los dos es el terror como ideología. No se trata de aterrorizar para imponer la ideología. El terror es la ideología. Pueden obtener el poder mediante una revolución o ganando democráticamente las elecciones. Lo importante es alcanzarlo y no abandonarlo ya nunca.
El concepto totalitario del derecho conduce a que sea irrelevante la sustitución de un sistema legal por otro. Los comunistas destrozaron la Constitución que ellos mismos habían aprobado, y los nazis no se molestaron en tocar la Constitución de Weimar. La distinción entre legalidad y justicia desaparece. El lugar de las leyes queda ocupado por el terror total. El terror es la ley absoluta. El objetivo es la abolición de la condición humana, reducida a la animalidad de las bestias, tanto de las víctimas como de los verdugos. Se trata de eliminar la condición personal del hombre. Es el rebaño perfecto que se conduce al matadero.
Es un error pensar que son las convicciones firmes las que pueden conducir, si se radicalizan, al totalitarismo. No. Como afirma Hannah Arendt, «el propósito de la educación totalitaria nunca ha sido inculcar convicciones, sino destruir la capacidad para formar alguna». David Rousset, que conoció el horror de primera mano, dice que la vida en el campo de concentración es un proceso de prolongación de la agonía. Y añade que lo que el sentido común y la «gente normal» se niegan a creer es que todo sea posible. La reacción es la incredulidad, tanto de las víctimas como de los ejecutores. Todo les parece irreal. Algunos se mostraban incrédulos incluso cinco minutos antes de ser enviados al sótano del crematorio.
En el caso de que derecha e izquierda sean aún categorías políticas servibles, y no porque no haya distinción entre ellas, sino porque se tergiversa y confunde, no hay propiamente totalitarismo de derechas. El nazismo no es de derechas, pues se califica a sí mismo como socialista y prácticamente nada hay en su ideología que se avenga con los principios de la derecha clásica. Arendt cree que la distinción ya no constituye el principal criterio de diferenciación política.
«Así, el temor a los campos de concentración y la resultante percepción sobre la naturaleza de la dominación total pueden servir para invalidar todas las anticuadas diferenciaciones políticas de la derecha a la izquierda y para introducir, junto a ellas y por encima de ellas, el criterio más importante para juzgar los acontecimientos de nuestro tiempo, es decir, para determinar si sirven o no sirven a la dominación totalitaria».
Quizá la primera causa del totalitarismo sea la pérdida del sentido de lo sagrado. Arendt piensa que nada distingue tan radicalmente a las modernas masas de las de siglos anteriores como la pérdida de la fe en el Juicio Final: los peores han perdido su temor y los mejores han perdido su esperanza. La realidad de los campos de concentración a nada se parece tanto como a las imágenes medievales del infierno.
Resulta claro que es erróneo calificar el «régimen» de Pedro Sánchez de totalitario, pero no lo es sostener que se encamina hacia una dictadura. En cualquier caso, nos equivocamos si pensamos que la vía hacia el totalitarismo está definitivamente cerrada en nuestro tiempo.