Festival de la hipocresía, todo da igual
Resulta tragicómico que un personaje con sus antecedentes se lance a hablar en tono crítico de «chiringuitos»
A Sánchez le gusta recordarnos que es de Tetuán. Y no, no nos referimos al Tetuán marroquí, como podrían dar a entender sus facciones un tanto magrebíes y su entusiasmo pro alauita, que nació casualmente tras el pirateo de su móvil en plena crisis con Mohamed VI.
El Tetuán de Sánchez es el distrito de Madrid que lleva ese nombre, al que se refiere para sugerir que él procede de un barrio popular. Otra trola más del catálogo. No es cierto, porque el Tetuán madrileño es variopinto y los papis de Mi Persona vivían en la parte noble del mismo, cerca del Corte Inglés de la Castellana.
Los Sánchez eran en realidad de muy confortable clase media. Papá Pedro había sido gerente del Instituto Nacional de Artes Escénicas en el felipismo y luego tuvo el mérito de convertirse en empresario y hacerse con un buen patrimonio con su empresa de plásticos Playbol. Por su parte, mamá Magdalena era funcionaria de la Seguridad Social.
Aunque todos eran muy socialistas, como en casa había parné de sobra optaron por la educación privada, y no por alguna forma rara de masoquismo, sino porque les parecía la mejor. Pedro estudió Primaria en un colegio privado católico, dato que omite en todos sus currículos, y tras el paso por el instituto Ramiro de Maeztu y el Estudiantes, que sí sale en sus auto-hagiografías, cursó Económicas en un centro privado adscrito a la Complutense.
Sus padres invirtieron todavía más en la educación del hermano menor, el fenómeno que andando los años se convertiría en el afamado Maestro Azagra, la mejor batuta de todo Badajoz. David Sánchez fue enviado a terminar el Bachillerato con los jesuitas de Maine, en Estados Unidos, lo cual cuesta un pico, y después le pagaron Económicas en Icade. Por su parte, Pedro hizo un máster en un centro privado adscrito a la Complutense y otro en Bélgica, que tampoco debió salirle barato al señor Sánchez y la señora Pérez.
La relación de Sánchez con la educación privada no acaba ahí. El mercado laboral no se mostraba precisamente entusiasmado con la figura del joven Pedro, así que durante una temporada acabó trabajando en una pequeña universidad privada de nuevo cuño, fundada en 2000 y que en los días en que su excelencia daba clase allí arrastraba mal cartel. En esa universidad, Pedro encontró cobijo y soporte para perpetrar su afamada tesis de corta y pega (que en una democracia avanzada le habría costado el puesto por plagiador, como él mismo señaló en su día elogiando como actúan en Alemania ante casos similares; observación que hizo poco antes de que el ABC rubidiano destapase lo suyo).
Con semejantes antecedentes, Sánchez se muestra como una auténtico cachondo cuando sale en tromba a arremeter contra las universidades privadas, la cortina de humo que toca esta semana para tapar sus penurias. Evocando tal vez los días de su tesis y sus clases, el presidente lamenta que algunos de esos centros «son chiringuitos educativos».
Lo de hablar de «chiringuitos» en su caso parece un tanto osado. La queja resulta tragicómica viniendo del auspiciador del muy complutense chiringuito de Bego; del valedor del chiringuito pacense del Maestro Azagra; del amigazo que le montó al bueno de Iñaqui, que no encontraba curro en España, un chiringuito en la Administración creado a su medida; del fiel coleguita que ascendió a un amiguete del baloncesto a un chiringuito de seguridad en la Sepi, cuando el tío era guardia municipal, y que luego se lo llevó a la Moncloa…
Mentiras, hipocresías y etiquetas reduccionistas para generar odios y dividir a los españoles. Siempre lo mismo. Los empresarios son «los ricos» de los «beneficios obscenos». Los jueces son una pandilla de fachas a los que hay que meter mano. Los españoles que no le votan son «la fachosfera». Los periódicos que hacen su trabajo son «los digitales de los bulos». Y las universidades privadas, que presentan el imperdonable baldón de que algunas de ellas no predican el «progresismo» obligatorio, son «chiringuitos» que hay que controlar a golpe de decretazo.
La realidad es que le gusta más el chiringuito que a Georgie Dann, que en paz descanse. Pero ahí sigue, sin hacer nada, desguazando España y sisándonos cada día parcelas de libertad privada.