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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Xi Jinping recibe a Xi Sanching

Son líderes de dos modelos socialistas, uno ya plenamente instaurado y el otro todavía en construcción, pero con idéntica vocación de mando perenne

Actualizada 19:37

Los sistemas reglados de derechos y libertades, el modelo político que hemos dado en llamar democracia parlamentaria, son un auténtico coñazo, algo muy poco operativo, como bien saben los presidentes Xi Jinping, Maduro, Erdogan, Putin (y el marido de la cuádruple imputada).

La plomada de la democracia liberal no hay por donde cogerla. No es práctica, porque impone unas absurdas cortapisas a los caudillos que encarnan el sentir del pueblo —pues así lo han decidido ellos— y que saben de manera indiscutible qué es lo acertado en todo momento.

La democracia es un muermo y un estorbo. Demasiados derechos para el público, que está mejor callado y obedeciendo. Exige que los jueces sean independientes y no estén sometidos al poder ejecutivo, a fin de salvaguardar que la ley sea igual para todos. Exige que se respeten la presunción de inocencia, el habeas corpus y el derecho a un juicio justo. Exige libertad de expresión y prensa, lo cual crea mucho barullo y distrae a la opinión pública, contratiempos que se evitan fácilmente con una buena censura.

Exige elecciones limpias, donde todo el mundo pueda votar (un horror, pudiendo disfrutar de un modelo de despotismo ilustrado, como ya recomendaba Platón en su República). Exige respetar el pluralismo, el derecho a existir del adversario político (en lugar de machacarlo, insultarlo y acorralarlo con cordones sanitarios).

Exige respetar las normas no escritas que garantizan el juego limpio. Exige no utilizar los fondos públicos para beneficio partidista. Exige no valerse de los resortes y ventajas del poder para enchufar y primar a los allegados del que manda.

Exige respeto a la libre empresa y la propiedad privada. Exige una fiscalidad moderada y no rapaz, para respetar la libertad económica de los ciudadanos y que puedan disponer de su dinero. Exige que el Gobierno se atenga a sus funciones y no coarte la libertad de mercado con regulaciones caprichosas de móvil político, o asaltando compañías privadas para politizarlas a beneficio del gobernante. Exige que los datos contables sean veraces, que no se manipulen con fines propagandísticos.

En resumen, los sistemas de derechos y libertades son una auténtica tabarra y una antigualla, que solo sirven para que el líder supremo, el querido Gran Hermano, vea dificultada su maravillosa labor.

Lo correcto y lo que funciona es el imperio de los deseos arbitrarios del líder supremo, el sometimiento de los tribunales al Ejecutivo, la censura y la persecución de la prensa crítica, el culto al líder, la propaganda oficialista atosigante, el gobierno perpetuo de un partido, la condena preventiva del adversario y que el Estado sea el faro de todo, un gran Leviatán que se interfiere en cada resquicio de la vida privada de las personas, incluidos los aspectos morales.

Este modelo tan sumamente práctico, que evita de un plumazo todos los contrapesos tiquismiquis de las democracias, es el que encarna China, que aspira a imponerlo en todo el planeta una vez que se convierta en la nueva Roma (que será más pronto de lo previsto si Trump continúa tan creativo). Por supuesto es también la alternativa política que realmente gusta a ese que ustedes saben.

Por eso resulta lo más natural del mundo que Xi Sanching esté encantado de la vida visitando y rindiendo pleitesía a Xi Jinping. No dejan de ser dos modelos socialistas: uno lidera el del comunismo capitalista y el otro ha instaurado el pensamiento PA (Progresismo Antiespañol). Ambos comparten una característica relevante: les estorba la obsoleta manía carca de la libertad, el poder sometido a límites y la fe en un Dios que nos trasciende a todos, ¡incluso a ellos!

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