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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Qué tiene Sánchez con Marruecos?

La opacidad del presidente y la connivencia con Zapatero no pueden pasarse por alto sin más

Actualizada 01:30

El encuentro del nefasto ministro de Asuntos Exteriores español, el célebre Napoleonchu en bautizo de Ramón Pérez-Maura, con su homólogo marroquí, tiene toda la pinta de ser el remate a la rendición inexplicada de Pedro Sánchez ante Mohamed VI, que ya siente al Sáhara como tierra propia.

La cita no estaba anunciada, se celebró con precipitación en Jueves Santo y se remató con una comparecencia conjunta sin preguntas que básicamente sirvió para refrendar el volantazo del Gobierno de España en un asunto que, durante décadas, ocupó espacio preferente en el ideario de la izquierda española, cuya apuesta por un «Sáhara libre» competía en infantilismo y rotundidad de igual al igual con el lema «OTAN no, bases fuera».

Nadie ha explicado aún a qué obedece ese cambio, que no goza del respaldo del Parlamento y no se trató oficialmente con el Rey, pero todo el mundo tiene clara la secuencia que siguió Sánchez antes de irse a Rabat a rendirle pleitesía al Rey: en un año pasó de acoger clandestinamente al líder del Frente Polisario, percibido en Marruecos de manera no muy distinta a la que aquí consideramos a Txapote o a Otegi; a suscribir el discurso de Mohamed VI y abrazar la teoría de que el Sáhara es suyo.

Entre medias de ambos hitos, lo único llamativo que pasó fue un episodio de espionaje al teléfono personal de Pedro Sánchez, adjudicado a la Inteligencia marroquí y al programa israelí Pegasus, sin que nadie se atreviera a desmentirlo ni, tampoco, a tratar de aclararlo, como si fuera normal algo tan grave y no mereciera una investigación a fondo con unas conclusiones públicas.

La falta de contrapartidas claras, pues a estas alturas ni se ha frenado la inmigración irregular ni se han abierto las aduanas comerciales con Ceuta y Melilla, esparce aún más el olor a gato encerrado y consolida la teoría de que Sánchez se ha plegado a Rabat por intereses ajenos a los de España. Y hasta aquí debemos leer, por no incurrir en teorías indemostradas que no merecen por ello mención.

Seguramente hay razones que obligan a avanzar en la resolución del conflicto en el Sáhara, como defienden Francia o los Estados Unidos, pero la ausencia de claridad y contrapartidas las empañan y, en el caso del Gobierno de España, las convierten más en un excusa de Sánchez que un argumento defendible.

Porque a todas las penumbras de la operación, que incluso ponen en duda la autoría española de la carta original que supuestamente Sánchez le remitió a Mohamed VI y avalan la especie de que en realidad se dictó desde Rabat, se le añade la participación siquiera tangencial de Zapatero en las maniobras y la certeza de que sus colaboradores más directos, a través de una consultora, representan intereses marroquíes en Bruselas desde hace tiempo.

Y allá donde aparece el expresidente, es lícito pensar que algo oscuro hay detrás. Lo hay en Venezuela, con la obscena utilización de la embajada española para amenazar al ganador de las Elecciones y negociar allí su destierro a España. Lo hay con China, a través de otro lobby zapaterista cuya actividad coincide con la inquietante devoción de Sánchez por Pekín.

Y lo hay con Marruecos, donde el PSOE ha pasado en poco tiempo de incluir en sus programas electorales el «derecho de autodeterminación del Sáhara» a utilizar a Zapatero como enviado especial a los foros donde se defiende lo contrario, para satisfacción de Mohamed VI.

Nunca es saludable resolver asuntos complejos con brochazos simplistas, y seguramente se nos escapan cuestiones geopolíticas relativas a la necesidad de consolidar a Marruecos o Arabia Saudí como alternativas musulmanas al terror encarnado por Irán, pero incluso dando eso por hecho encaja mal el perfil de un presidente que se salta a la Unión Europea y reconoce unilateralmente a Palestina, para satisfacción de Irán.

Y teniendo en cuenta que para Rabat lo siguiente al Sáhara son Ceuta y Melilla o que mira a Canarias con codicia, no se puede admitir sin más que las razones de Sánchez son inmejorables aunque no tenga la decencia política de explicarlas al detalle y veamos, casi a diario, que allí donde salta a escena Zapatero el asunto se convierte en una reunión de pastores que termina, siempre, con una oveja muerta.

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