Aldama decía la verdad
Ya no se atreven a ridiculizarle ni a atacar a jueces y periodistas porque el Supremo y la UCO están haciendo su trabajo
No es nada usual que alguien se incrimine a sí mismo antes de incriminar a los demás, y eso solo ocurre en dos contadísimas circunstancias: cuando el peso de la conciencia hace insoportable convivir con la mentira, el pecado, el error o el delito o, también, cuando la expiación es el preludio del pacto judicial para rebajar el castigo.
Seguramente en Aldama prepondera lo segundo y encaja en el perfil del arrepentido por razones práctica relativas a la reducción de una condena por colaborar con la Justicia, aportando las pruebas e indicios suficientes para que al tribunal le interese el acuerdo.
Cuando al empresario lo ridiculizaron, desde Sánchez hasta Bolaños pasando por toda la Selección Nacional de Opinión Sincronizada, debían saber, ya que hablaba en serio y que sus supuestas «inventadas», como dijo el presidente del Gobierno con una reacción entre infantil y asustada, no podían ser tales: la Justicia es siempre exigente para condonar deudas y aplica el razonamiento de que el pago ha de ser superior para que le cuadren las cuentas.
Esta certeza opera en cualquier caso, y desde luego en el de este curioso personaje que salió de la nada y se ha convertido en un arma de destrucción masiva de esa «Casa de los horrores» que siempre ha sido el Gobierno y muy particularmente quien lo encabeza, un amoral con más ambición que talento que ha hecho de su ausencia de principios un trampolín difícil de anular por personas respetuosas con los códigos más elementales.
Creer a Aldama no es un acto de fe y ni siquiera un deseo interesado: por verosímiles que fueran sus palabras, es lícito pensar que su interés le lleva a novelar una historia en beneficio propio, especialmente cuando los tiempos procesales aconsejan una gestión conservadora de la información revelada y de los documentos aportados, tal y como se intuye en este asunto.
Y no lo es porque, más allá de él, ya se acumulan en el Tribunal Supremo suficientes pruebas aportadas por la UCO y enriquecidas por impagables informaciones de periodistas que, mientras, hemos tenido que soportar la acusación de «golpistas» procedente desde la propia profesión y amenazas leguleyas de un Gobierno desesperado.
Hace ya muchos meses que alguien muy bien informado y con una experiencia de trienios en la letra pequeña de la vida pública y política me dijo que, si el Supremo y la Guardia Civil entraban en un asunto, llegarían hasta el final y nada les pararía.
Y que, además, si esa intención se percibía casi desde el primer momento, es porque sabían también desde el inicio que había materia suficiente para llegar al final de camino sin que nadie pudiera repetir, sin abochornarse, esa miserable acusación de lawfare con la que Sánchez ha intentado asustar a los jueces.
Ya veremos hasta dónde llegan las aportaciones de Aldama y las investigaciones judiciales, policiales y periodísticas, pero creo no equivocarme si afirmo que esto acaba de empezar y que, como en Blade Runner, veremos arder naves sanchistas más allá de Orión: lejos de ser este curioso empresario un vocinglero sin sustento, es la puerta abierta para que caiga Constantinopla por la evidencia de que allí pasó de todo y nada soporta el examen público que ya está en desarrollo y no tiene marcha atrás.