Histéricos o tontos
Nada es lo que parece, salvo una cosa: la batalla de todos es por ver quién nos mete más la mano en el bolsillo
Hay una precipitación casi compulsiva para analizar realidades complejas con urgencias de tiempo que aboca a establecer conclusiones ridículas, expuestas con una solemnidad difícilmente compatible con la calidad del juicio. Ocurre casi con todo, pero sobre todo cuando en juego hay intereses políticos, que no suelen corresponderse con los generales.
Lo vemos con todo, pero el clímax lo hemos alcanzado con los aranceles de Trump: todo el mundo ha corrido como pollo sin cabeza, y casi sin patas, a la posición que se esperaba de ellos o les convenía, sin una sola luz en el debate parlamentario que ilumine un poco en el camino.
Nadie ha dicho lo evidente: que se puede y debe estar contra la política comercial de Washington porque, incluso aunque tenga sentido allí, aquí nos perjudica. No pasa nada por decir que Trump tiene sus razones y que, sin embargo, debemos oponernos porque son incompatibles con nuestras necesidades, que es un buen preámbulo para reaccionar y negociar.
Tampoco pasa nada por incluir, en el viaje de una sanción educada y argumentada a Trump, sin tanto perfil psicológico y tanta caricatura, un cierto desdén a Bruselas: hombre, por dañinos que sean los aranceles americanos, son infinitamente inferiores a los europeos contra nosotros mismos, impuestos con el ánimo de rapiña y unos efectos devastadores sobre la economía productiva.
A ver si nos va a preocupar mucho que no se puedan llevar tomates a Texas sin un recargo del 20% pero no vamos a poder decir nada de que esos tomates, si vienen de Marruecos, se vendan antes en Europa que los españoles.
E incluso se puede añadir, a esas dos lecturas, una más doméstica: tiene guasa que Sánchez se organice un «Aló presidente» por los 18.000 millones de pérdidas calculadas por el despliegue hormonal de Trump, y lo presente como el apocalipsis, mientras quiere cargarle un arancel a toda España por esa misma cantidad, en concepto de deuda condonada a Cataluña para que Puigdemont le dé en los despachos lo que no logró en las urnas.
Aún más: nada hay peor que los 140.000 millones recaudados de más en impuestos desde que Sánchez cayó en La Moncloa, con una política arancelaria que ha engordado como nunca al Estado y empobrecido como siempre a la sociedad, a las empresas y a los trabajadores.
Se nos escapan cosas siempre, especialmente cuando el paisaje se aleja de nuestras fronteras y se intuye una batalla geopolítica mundial en la que nada es lo que parece, con un ejemplo que lo resume: lo mismo América no se ha vuelto loca con Groenlandia, y solo le tira los tejos para que China no ocupe una ruta marítima decisiva en el comercio internacional y, ya puestos, en un eventual conflicto bélico.
Como nadie dice del todo la verdad, quedémonos mejor con la única que está al alcance de nosotros, humildes mortales: aquí están todos a ver cómo nos meten la mano en el bolsillo, sin excepción, y nadie lo dice porque forma parte del mismo juego. Es difícil saber quiénes son los buenos, sencillo identificar a los malos e imposible señalar a los mediopensionistas, que son los interesantes. Y no se ve a ninguno en el horizonte. Nos queda ser unos histéricos o hacer el tonto. O quizá las dos cosas a la vez.