Pedro y Begoña S.L.
Lo escandaloso no es el comportamiento de Begoña Gómez, sino el de su marido, el presidente del Gobierno
La escandalosa participación de Begoña Gómez en distintos negocios y gestiones en la órbita institucional, da igual con qué papel concreto y con qué efectos o beneficios demostrables, es de una gravedad extrema que simboliza, además, la deriva autoritaria, arrogante y caprichosa de la pareja, más cercana a los Ortega de Nicaragua, los Kirchner de Argentina, los Ceaucescu de Rumanía o los Marcos de Filipinas que al ideal kennediano que ellos creen representar, con ese buen aspecto cuidadosamente juvenil, presuntamente moderno y algo adolescente para las edades que ya gastan.
La mera aparición de la esposa del presidente, en cualquier papel y circunstancia, decisiva o tangencial, en el rescate millonario con dinero público de una empresa privada, gracias al cheque extendido por su marido; rebasa de muy largo todas las líneas rojas que jamás debe traspasar alguien de su condición, sin encaje institucional propio pero deudor de las responsabilidades éticas, estéticas y legales de su pareja.
Esa evidencia no le puede ser ajena al matrimonio, así que es legítimo concluir que todo lo que hizo Begoña fue a sabiendas, lo que convierte su actividad en algo premeditado y concertado con su marido, a quien cabe suponerle una complicidad operativa o, en el mejor de los casos, una pasividad incompatible con la magistratura que ostenta.
Begoña Gómez viajó a Rusia en 2019 con Ábalos, el mediador Aldama y el CEO de Air Europa, Javier Hidalgo, con quien se reunió físicamente en al menos dos ocasiones, en las fechas decisivas para que el Gobierno de España creara un fondo económico para el rescate de compañías estratégicas afectadas por la pandemia que, por cierto, utilizó también otra aerolínea bajo sospecha, la hispanovenezolana Plus Ultra.
Y además, según la UCO, el propio Hidalgo contactó con ella para desbloquear los pagos gubernamentales a su sociedad, según la verosímil conversación entre Aldama y Koldo intervenida por la Guardia Civil y depositada ya en sede judicial.
Si a la certeza documentada de que Gómez e Hidalgo tenían una trayectoria de contactos acreditada, que entre otras cosas facilitó el patrocinio de la cátedra fake de la consultora especializada en fondos públicos, se le añade el feliz desenlace para Air Europa al poco de producirse esa probable llamada; no es una temeridad preguntarse si la mujer del presidente medió directamente con su marido para acelerar la burocracia y si, en ese viaje, al marido en cuestión le constaban los intereses comerciales de su esposa, promotores de su inquietud por el asunto.
La sospecha, por ser benévolos con algo que tiene toda la pinta de hecho consumado, se suma a tantas otras sobre la vida de Gómez y la complicidad del presidente que justifican, sin duda, su imputación por hasta cuatro delitos distintos, todos cometidos, de considerarse como tales, en connivencia clara con la Moncloa y con el innegable conocimiento de su inquilino.
¿O acaso hay que considerar una casualidad que cada persona o empresa que se acercara a Begoña tuviera, por arte de magia, la posibilidad de mejorar su relación económica, comercial y contractual con el Gobierno?
Eso ocurrió, que sepamos, con Barrabés y Air Europa, bendecidas con adjudicaciones o rescates que quizá merecían, pero que, en todo caso, obtuvieron a la vez que mantenían una estrecha relación con una profesional que básicamente prosperó, hasta el punto de ser beneficiada de patrocinios de multinacionales generalmente distantes, al llegar con su esposo a la Moncloa.
Que en ese contexto, aún inacabado, el líder socialista se haya permitido encima atacar a la Justicia, insultar a los medios de comunicación, escapar de la obligación de rendir cuentas y promover leyes en favor de su impunidad cierra un círculo escandaloso en el que conviene no distraerse demasiado para afinar en el meollo de la cuestión. Que no es Begoña, sino Pedro Sánchez: él sería también beneficiario de los beneficios logrados por su esposa. Y lo sería gracias a su firma como presidente.
Los plazos judiciales no pueden ser un pretexto para no dar explicaciones públicas y asumir responsabilidades políticas inmediatas con lo que ya se sabe: ni una sentencia absolutoria libraría ya a Sánchez de la mancha insoportable de lo que él y su pareja ya han hecho.