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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El Papa comunista

La obscena utilización de la muerte de Francisco por la izquierda radical supera todos los límites del buen gusto

Actualizada 01:30

No es una opinión mía la que titula este artículo, obviamente. Es la que han querido vender los comunistas, o en su defecto los socialistas, que son lo mismo con menos prisas por llegar a la dictadura del proletariado. Sobre Francisco ha pesado ese estigma por ser algo tan previsible como cristiano y defender a los indefensos, sin juzgar las razones o incluso las culpas propias que en ocasiones les llevan allí.

El despliegue del Gobierno ha sido, en este punto, especialmente sangrante: la portavoz del PSOE compareció con una foto del Papa detrás; Félix Bolaños lo hizo disfrazado de viuda; Yolanda Díaz presentó al finado como un hermano de armas y hasta Ione Belarra se despidió de él con esa cursilada del «que la tierra te sea leve» que lo mismo vale para despedir a su hámster que al bueno de Bergoglio.

La manipulación obscena del talante de Francisco tiene, seguramente, una intención coyuntural inocultable: nada mejor que un buen funeral para desviar la atención sobre los múltiples problemas que acechan a Pedro Sánchez, sumergido hasta el cuello en una sentina de corrupción que ya huele en varias millas a la redonda.

Pero también refleja la falta de escrúpulos tradicional en esta izquierda nihilista, sin otros principios que los intereses más cortoplacistas, y carente de la lucidez intelectual necesaria para defender el valor de la disidencia, encarnada por una Iglesia ajena a modernidades y modas: la democracia solo se enriquece cuando alguien lleva la contraria y obliga a pensar, especialmente cuando no se comparte su postura.

Lejos de entender ese valor, el Gobierno ha utilizado la fe como a Franco, como un comodín del que tirar incompatible con el coro de plañideras en que se ha convertido en las últimas horas, apropiándose de un Papa cuyas formas eran distintas, pero con un fondo espiritual y doctrinario muy parecido al de Ratzinger.

Para Sánchez, que al cierre de estas líneas estaba en paradero desconocido y tuvo que delegar en un subalterno la comedia bufa funeraria, la Iglesia es un compendio de curas pederastas, de voraces especuladores con la educación concertada o los ancianitos, de defraudadores a Hacienda con el IBI y de retrógrados bajo palio que persiguen a los gais, detestan a las mujeres y aman de más a los niños.

La caricatura, derivada de esa España comecuras que nada tiene que ver con una apuesta razonada sobre el laicismo, no sólo es incompatible con la realidad de una institución milenaria capaz de exorcizar públicamente sus demonios como ninguna otra, empezando por el PSOE, sino que además obedece a ese esquema guerracivilista y maniqueo al que recurre Sánchez para intentar tapar sus vergüenzas con una buena pelea contra un enemigo imaginario.

Los Papas son siempre patrimonio de la humanidad, con independencia de culturas, confesiones e ideologías y, con sus estilos, alumbran en las penumbras de la vida cotidiana para ofrecer algo de luz tranquila en el camino. Intentar privatizarlo es tan absurdo como juzgarlo por las realidades temporales, sin tener en cuenta que su reino no es de la tierra y presentándole como embajador de otro credo que no sea el católico. Si hasta en un triste momento al Sánchez ausente no le entra alipori y se lanza a la utilización abyecta de un cuerpo presente, es que lo suyo es un caso perdido. Por si alguien tenía aún alguna duda.

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