Cartas al director
La política difícil
Hace unos años estuve recorriendo el Camino de Santiago en Francia. El día antes de llegar a San Juan Pie de Puerto, final del recorrido, paramos en un vacío hostal para tomar un refresco y descansar. Nos atendió un hombre recio, superados los sesenta, no muy amistoso. Yo no hablaba francés, con lo que la conversación con el hostalero la mantuvo la amiga con la que caminaba, de madre francesa. En un momento dado, el buen hombre nos contó orgulloso que su nieto había escrito un trabajo en francés y en euskera. Yo no era conocedor apenas del País Vasco francés. Nos la enseñó, y ciertamente alabamos lo bien presentado que estaba y lo interesante que era escribir en los dos idiomas. «Qué pena», dije yo, «que esto que es unir culturas sea a veces violencia, como hemos tenido sobre todo en España, con 800 muertos por el terrorismo de ETA». Inmediatamente el hombre se irguió y me atravesó con la mirada; sus ojos tenían fuego. Sentí un inmenso odio hacia mí. Con rabia dijo que ellos habían tenido también muertos; no sé cuántos dijo. Entendí que se refería a las pocas víctimas del Gal, u otras que yo no conociera, que no recuerdo las hubiera. Pagamos y mi amiga me tiró del brazo para que saliéramos de allí. Sintió miedo. Me hubiera gustado hablar con el hostelero, pero no pude; seguramente no tenía ningún sentido hacerlo. ¿Cómo dialogar con quien te odia sin ningún motivo? La política fácil consiste en pacificar a toda costa, dando razones a los irracionales. La política difícil requiere saber que la generación del odio y la violencia pasará si no se le dan razones, porque no las tienen ni las quieren. Hay que hacer el sacrificio de esperar a que los violentos se cuezan en su odio y desaparezcan; su odio es cosa suya, no nuestra.