Cartas al director
Liber libri
Coger un libro es un rito: las manos impolutas como una patena acarician con ternura y mimo primero las tapas y a continuación el lomo como si de un recién nacido se tratase; una vez abierto con delicadeza, el siguiente paso es olfatearlo con los ojos cerrados e impregnarnos con su aroma. Las hojas suaves como la seda y el terciopelo se ofrecen a las yemas de nuestros dedos con una actitud sumisa y confiada. Los ojos al alimón con la mente nos descubren un tesoro sin parangón negro sobre blanco; poseerlo entre nuestras manos es a todas luces un amor platónico. El libro no entiende de clases sociales y a todos trata por igual. Este silencioso, fiel y discreto amigo jamás rehúye nuestra compañía y al fusionarnos con él nos convierte en seres libres que vuelan alto. El sabio Platón decía que si junto a la biblioteca tenemos un pequeño jardín ya nada nos falta. Vivimos en una época en la que al libro le han surgido poderosos enemigos que tratan de arrinconarlo pero se defiende no con uñas y dientes sino regalándonos cultura y distracción. Se dice que el libro es la medicina del alma y a buen seguro que así es: espanta la soledad, estimula la concentración mientras arrobados nos abstraemos del exterior, acrecienta nuestra cultura y además carece de efectos secundarios. ¿Qué más se puede pedir? Él sólo nos implora que lo abramos y no lo obliguemos a ser un mero objeto de ornato sin utilidad práctica alguna. Este año los libros y quienes los amamos estamos afligidos y desolados debido al reciente óbito de su gran defensor Fernando Sánchez Dragó. Los libros también lloran cuando un amigo se va.